Prefacio
En el título finalmente encontrado para las ocurrencias que siguen se amalgaman cuatro palabras. La primera alude a algo que se construye mejor o peor y donde la voluntad juega su papel. La segunda, tomada aisladamente, devela en parte un anhelo de dejar abierto un camino para avanzar algo más; pero junto con el “de acá”, puede denotar que falta algo en algún sitio identificado. El vocablo “acá”, precedido o no de la preposición “de”, se sabe, es usado generalmente para indicar lugar. Si queremos corporizarlo en nuestra imaginación, es posible que esté asociado primeramente a alguno de los cinco sentidos clásicos. También podemos fantasear con un ademán bastante común, con un dedo señalando hacia otra parte del cuerpo: la cabeza, el corazón, el estómago o el bajo vientre; naturalmente dentro de variadas significaciones en relación al verbo que lo antecede. Si ampliamos la cobertura a un espacio geográfico mayor (el hogar, el barrio, y aún porciones del mundo) nos movemos también dentro de una acepción adecuada. Me parece que el “de acá” es atractivo por sus posibilidades, que también van de la ira a la burla, estados que todos conocemos.
¿Cómo vinieron a mí estas ocurrencias? Por senderos diversos: evocaciones; confidencias, observaciones al pasar, construcciones literarias que dejaron marcas y algún que otro picoteo en Internet.
Lo que escribo puede ser veraz o no, puede ser cierto que me lo contaron pero que, aunque lo creí, no sucedió de ese modo o no pasó en absoluto. Está plagado de lo que solemos llamar lugares comunes, en la medida en que dejemos de lado el hecho de que cada experiencia es única e intransferible.
Lo plasmado, sea bajo la forma de extrema síntesis, de escueta anécdota o de recorte con tácitos a cargo al lector, pretende ser tan despojado como me sea posible. Su extensión no coincide necesariamente con su importancia. Mucho de lo dicho puede incluirse en más de un componente. Queda la elección abierta. Se abusa de los verbos decir y contar, pero esto es insalvable debido a la naturaleza del intento.
Otras dos advertencias: las redundancias ocupan el lugar de lo que en música se denomina disonancia armónica y algunos errores son perfectamente intencionales.
J.V.
Apostilla para el Prefacio
Sándor Márai evoca en ¡Tierra, tierra!, su segunda novela autobiográfica, una interesante anécdota. En sus palabras “Quizá sólo hayan sobrevivido en un librito mío, muy divertido, que escribí en mis despreocupados años de juventud, sobre la calle Mikó, el barrio de Krisztina…y los locos y los extraños que habían vivido en esas casas”… “Yo escribía sobre el señor Kovács y en ese momento miraba alrededor para ver si me había dejado a alguien fuera”… “en dicho libro me había olvidado, por ejemplo, del boticario y su esposa”… “quizá fuera por tacto, quizá por cobardía. Kosztolányi[1], tras leer el libro, y puesto que conocía a sus personajes”… “me sugirió, a raíz de su publicación, que sería mejor que me retirara al campo por un tiempo, porque la noticia de la publicación del libro recorría el barrio –los vecinos no lo habían leído, pero hablaban de él– y no era del todo improbable que alguno de los personajes de la novela me esperara, escondido en algún portal, y me clavara una lima punzante en la espalda. A lo mejor no me atreví a escribir nada sobre el boticario porque los vecinos del barrio de Krisztina eran parcos en palabras pero eran consecuentes, y era de temer que el farmacéutico –si no le gustaba lo que había escrito sobre él– clamara venganza y echara una buena dosis de purgantes en los polvos anti espasmos vasculares que a veces le compraba”…
En lo que sigue hay más de un boticario, más de un loco y más de un extraño.
[1]. Dezso Kosztolányi (Szabadka, 1885 - Budapest, 1936). Escritor, periodista y traductor. Autor de las novelas Alondra y La cometa dorada.
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