sábado, 26 de noviembre de 2011

Parte VIII Autobiografía autorizada

PARTE VIII

Autobiografía autorizada








Nací el 25 de Abril de 1945. Por historia y por cultura, para bien y mal, en una remota comarca del Sur del Sur del mundo en momentos en que se estaba librando la Batalla de Berlín. Tenía cuatro meses cuando se lanzaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y seis el 17 de Octubre…

Escribo esto en un tiempo en el que los hombres comentamos telenovelas y nos pintamos las uñas de manos y pies con esmalte oscuro y las mujeres no sólo discuten acaloradamente de fútbol sino que lo juegan. También practican rugby y box…

Lechuza cascoteada. Mimado por la vida, que nos pega, pero también nos cubre con un aliento cálido esporádicamente. A veces me miro al espejo y me pregunto ¿ése es el dueño de la lucidez hiriente de que lo acusan a veces?…

En la escala de los conocimientos de todo tipo me considero poco menos que ignorante…

En una película un árabe dijo algo que recogí porque me parece que cuadra perfectamente en mí “No compito, por lo tanto, nadie puede competir conmigo”…

No estaría mal aclarar que me enorgullezco al pensar en los enemigos que tengo…

Durante mi infancia padecí largas horas haciendo escalas en el piano. Cada año llegaba el director del Conservatorio a examinarnos. Varias veces me premiaron con libros (Haendel, Bach, etc.). Finalmente me fue otorgado el título de Profesor Superior de Piano, Solfeo y Teoría, pero como tenía un toscano en cada oreja, jamás pude ejecutar nada sin leer la partitura…

Del San Isidro Labrador, que en ese tiempo se extendía hacia Almirante Brown abarcando toda la barranca, recuerdo en primer lugar la escalera de mármol con los dos leones echados a los bordes de la parte inferior. El parque era enorme y a la derecha estaba limitado por unas plantas que, oficiando de muro vegetal sobre la calle, caían en curva hacia adentro y nos servían de gruta secreta en el recreo largo…

Todo el colegio formado prolijamente los primeros viernes de cada mes rumbo a la Catedral, para confesar y comulgar como corresponde…

El amplio patio (un cuarto de manzana), escenario de torneos de dinenti (también llamado payanca), cambio de figuritas con brillos en las niñas y luchas a las piñas entre los varones de quinto y sexto…

En la lucha Laica-Libre, durante el gobierno de Frondizi –que finalmente autorizó el otorgamiento de títulos oficiales por parte de universidades privadas–, nos pusimos a pintar consignas en las paredes del barrio. La movilización estudiantil pro-laica sumaba a los secundarios (nuestro caso) y como en esa época no existían los aerosoles, fabricábamos una especie de crayones gigantes vertiendo cera derretida con polvo de negro humo en cilindros de papel higiénico. Las inscripciones quedaban claramente visibles. Para hacernos los bravos, hacíamos cachiporras con manguera rellena de arena…

Junto con “el negro”, éramos los más buenos mozos de la división. Él afirmaba que el culo del hombre es más lindo que el de la mujer. Se emputeció y pudo darse el gusto. La celadora nos andaba atrás. Me cité con una compañera en el Paulista de la avenida Maipú. Cuando llegué, estaba sentada con el novio, hombre ya hecho. Me dirigí a la barra y esperé un rato. Me acerqué, y al sentarme, el novio se retiró…

En quinto año, en el Nacional de Vicente López gané el concurso de poesía…

En la noche de egresados fuimos a comer todos a Palermo. Nos cortamos solos a caminar por los bosques. Nos detuvimos para besarnos. Se largó a llover a cántaros y el saco de mi traje de poplin quedó olvidado en la mesa general. En una breve poesía que le entregué otro día en “Los Miqueles” de San Isidro decía “el cielo lloró por nosotros”. Al final se casó con el novio, al que supongo que quería de una manera diferente de como me quería a mí…

El mejor (y único) try de mi vida lo hice pescando una pelota en un scrum volante, como se decía entonces. Jugaba un partido intercolegial para el Nacional Tomás Guido de San Martín…

Hizo la colimba[1] en la Policía Federal (seis horas rotativas permitían estudiar y además se evitaba ir a parar a algún regimiento del interior o en el peor de los casos, cumplir dos años en la Marina). Lo destinaron a la comisaría de Retiro, que tenía a la villa en su jurisdicción. Una vez trajeron a un “bolita” por ebriedad. Cuando se le pasó la mona, lo sacaron al patio. Formaron un pelotón de fusilamiento. Uno se colocó atrás del preso con la bandeja de metal en que servían café al comisario. Otro gritó “apunten”. Cuando dijo “fuego”, el preso gritó más fuerte “¡Vivas Bolivias! Cuando la bandeja cayó al suelo, el pobre boliviano se desvaneció…

Durante la “Instrucción”, que se hacía en el Cuerpo de Policía Montada de Palermo vivió momentos, para él, completamente bizarros. Todas las mañanas tenían “orden cerrado”[2]. Se comió varios arrestos porque no podía contener la risa. Todos gritando cosas distintas. Un manicomio…

Uno de los ejercicios que se practicaban consistía en hacerlos correr alrededor de granadas de gases lacrimógenos explotadas para que se acostumbraran. Otro era desplazarse cuerpo a tierra una hora sobre el adoquinado. Comprobó que cuando uno piensa que no puede más, el temor al castigo lo impulsa a seguir. En ambos casos, el sargento a cargo del pelotón les gritaba “comunistas” para motivarlos…

Finalizado el período de instrucción venían los destinos. Por suerte había podido rendir una materia en la facultad. A él lo mandaron a la Comisaría 46, que cubre desde libertador al puerto y desde donde entonces estaba el Parque Retiro[3] hasta Salguero. El primer día salió de recorrida con el sargento. Caminaron hasta las terminales de ferrocarril porque tenían que echar una mirada. Viniendo desde ese lado, la primera cabecera era la del Ferrocarril General San Martín. Entraron y se dirigieron hacia el final de un andén. El sargento le dijo “Vé, esto es un tren”…

Derecho era un embole. Me había decidido porque en esos días no había carrera universitaria de periodismo en Buenos Aires y pensaba que allí adquiriría una base de cultura general. El curso de ingreso se dictaba en el Aula Mayor (donde también se daban los conciertos de la orquesta sinfónica). Centenares de estudiantes. Clases magistrales. En una de ellas, el profesor paró la disertación, y le exigió a un alumno ubicado en las butacas altas del costado, casi al fondo, que se pusiera el saco…

Tendríamos veinte años. Estudiantes de Derecho. Curtíamos moderadamente la noche. Seis-siete-seis, donde tocaban Piazzola, el mono Villegas (amigo del padre de mi cómplice de la noche), la Tana Rinaldi, el cuarteto López Ruiz y Miguel Saravia. Una delicia. Las copas estaban al alcance de nuestro bolsillo. Algunas veces íbamos a Jam Sessions en Ypsilon, en la recova de la catedral de Belgrano o al teatro. Otras, visitábamos Blue Rat, piringundín de 25 de Mayo perteneciente a un conocido. No íbamos por las putas, que eran un desastre, sino a escuchar a un excelente pianista…

Como en la carrera había que rendir como alumno libre las materias porque lo numeroso de los inscriptos impedía que la mayoría las cursara en calidad de regulares, estudiaba en la biblioteca “silenciosa”. Porque había otra “parlante”. Muchas veces me dormía de aburrimiento. Me fui cuando comencé con las codificadas. Nos encerrábamos en alguna habitación de nuestras casas y repetíamos artículo por artículo hasta aprenderlos de memoria…

Cuando largué Derecho y empecé Sociología, que entonces se cursaba en Filosofía y Letras (UBA), en la Avenida Independencia, un nuevo mundo se desplegó ante mí. Poco a poco fui superando interiormente la percepción estética de la pobreza…

Durante la dictablanda de Onganía (sí, la del Tucumanazo, el Cordobazo, el Rosariazo, el Viborazo, los asesinatos de Adolfo Bello, Juan José Cabral, Luis Blanco y Emilio Jáuregui y tantos otros, bah, minucias) estudiaba abogacía. Una de las materias introductorias era Derecho Constitucional. Importante, por cierto…

Para completar la carrera era necesario cumplir con determinada cantidad de horas de investigación en campo. Yo elegí como tema “Arte y política” concentrándome en el anarquismo de fines del S. XIX y principios del S. XX. Unas de las primeras entrevistas que realicé fue en SADAIC, presidida por Cátulo Castillo, gloria de nuestra música ciudadana[4] e hijo de José González Castillo, que era de ideas anarquistas[5]. Durante la charla, se refirió a las obras de teatro representadas en los corralones para los camaradas y las familias de los carreros, casi por unanimidad ácratas. En ese ambiente se crió, y supongo que allí cultivó su sensibilidad por lo popular…
Otra de mis recorridas me condujo a una piecita en una casa de madera de altos, cercana a “Caminito”, pintada, (como todas las de ese rincón de Buenos Aires) de colores vivos. Subimos por una estrecha escalera a considerable altura. Entramos y nos sentamos en unas modestas sillas. Camastro, una escueta mesa, ropero y, en las paredes, láminas con reproducciones de Bakunin[6], Kropotkin[7], y Mahatma Gandhi[8]. Según dijo, participó como obrero en el empedrado de la ciudad. Madrugaba, iba a trabajar hasta la tarde, volvía, se daba un baño, y con su mejor traje, se mandaba a la Casa de la Cultura. Deslumbrado aún, evocó una conferencia a la que tuvo el honor de asistir. En la misma el Doctor “no recuerdo qué (yo, él me lo dijo)” inició la alocución diciendo que no iba a emplear el artículo tal. Habló dos horas sin utilizar el mencionado artículo una sola vez. ¿Maravilloso, no?…

La gorda dijo que el mundo se dividía en lindos y feos y que yo estaba en la primera mitad “Vos sos tercero en el ranking de la facu, detrás del Catalán (que era catalán, hablaba como y era parecidísimo a Joan Manuel Serrat) y Carlos el sensual, que, hace poco, antes que lo purgaran de la Dirección de un gremio estatal decía siempre “A nosotros, que nos tocó cruzar el desierto con una anchoa en la boca”…

Entré a “Filo”[9] en el 68, después del Mayo Francés. Un amigo había invitado a salir a una pendeja por primera vez. Fuimos todos a una sesión clandestina de cine en un sindicato donde se proyectaban cortos del Ché y de la Guerra de Vietnam. En medio de la función irrumpió la guardia de Infantería. Nos subieron como ganado a carros de asalto abiertos. Nos llevaron a la División de Investigaciones Políticas Antidemocráticas (DIPA), (denominación que no puede ser más hipócrita en medio de una dictadura militar). Como éramos muchos, nos ubicaron en dos celdas medianamente grandes enfrentadas en diagonal. Las mujeres en una y los varones en otra. En la nuestra había huellas de sangre en las paredes. Alguien dijo que era de la gente de Taco Ralo. Mi amigo, tomado a los barrotes de la celda, saludaba a su frustrada pareja potencial con cierta culpa y le dijo, de reja a reja, esquinadas, “perdoname”. Nos fueron tomando declaración de a pares. A mí me tocó con mi amigo. El oficial sumariante le pidió que se callara, que ya era suficiente. Nos sobreseyeron porque se comprobó que habíamos pagado entrada, pero quedamos fichados por Ley Anticomunista…

¡Patria sí, colonia no!…

Hacíamos manifestaciones relámpago. Nos gaseaban, desconcentrábamos y fijábamos un nuevo lugar. En Corrientes y Pasteur había una garita en altura desde donde un vigilante dirigía el tránsito. Nos vio aparecer de repente gritando consignas contra la dictadura. Se bajó y empezó a los bastonazos. Felipe cazó una botella de sidra vacía y se le fue al humo. La foto salió al día siguiente en primera plana de Clarín. Yo corrí a una vereda rota, empecé a partir baldosas y a repartirlas. Empezamos a cagar a pedradas al cana. Me ubicó, sacó su pistola y me apuntó. Salí haciendo zig zag, tratando de cubrirme con los autos estacionados. No disparó. A la noche me dí cuenta de que podía estar muerto…

En el hall de “Filo”, Calculín había arengado desde la mitad de la escalera. Había unos doscientos. A la salida, la avenida Independencia estaba llena de Guardias de Infantería. Formamos una pared entrelazados por los brazos para protegerlo. Caminaba en medio de la multitud. El Colorado, cordina, tomó carrera. Se metió y lo barajó, sacándolo por el otro lado. Lo metieron en un falcon que salió a los piques. Suerte que entonces no había desaparecidos…

Filo, en horario vespertino y nocturno estaba llena de gente. La asamblea votó la toma. Cerramos las puertas y la sostuvimos durante muchas horas. Bloqueamos los accesos y las escaleras con bancos, pupitres y todo lo que pudiera servir. Era un mar de muebles de todo tipo. En la calle, centenares de policías de varias procedencias. A medida que nos gaseaban, quemábamos papeles para disipar el humo y retrocedíamos. Abandonábamos un piso y pasábamos al superior. Nos atrincheramos en el último. Algunos notorios se olvidaron la dignidad y escaparon por los techos de las casas vecinas. A la madrugada entraron los bomberos al segundo piso por las ventanas, empleando escaleras de incendio. Llegar al tercero no les resultó fácil, porque les tirábamos de todo. Finalmente, gases tupido mediante, nos redujeron. Nos sacaron por una puerta lateral en fila. El colorado de coordinación marcaba a los activistas. En el patio de la comisaría octava, formamos fila y esperamos. A la mañana siguiente, después de riguroso fichaje, nos condujeron a los celulares de traslado, que eran de chapa, cerrados. Afuera había una multitud vitoreándonos. Empezamos a patear desde el interior mientras escuchábamos los aplausos…

Una de las consignas más ilustrativas del Mayo Francés fue “! ¡Queremos Todo, Ya!”…

El episodio de la toma de la facultad condujo a que unos ciento cincuenta termináramos en la cárcel de Devoto. Allí nos juntamos con estudiantes de otras facultades, procedentes de acciones de repudio a la visita de Nelson Rockefeller. Nos tenían en pabellones de contraventores, porque, como había dicho en alcaide al recibirnos, nosotros no éramos criminales sino caballeros. Seríamos algo más de 60 por pabellón. Matábamos las horas discutiendo de política, leyendo, jugando a las cartas, a las damas y al ajedrez. Uno de los primeros días de la semana era “día de cine”. Trajeron un proyector de 16 mm., una pantalla y los operadores oficiales. La película era una documental… sobre las elecciones primarias en los Estados Unidos. En cuanto empezó, todos nos pusimos de espaldas a las imágenes…

Hacíamos asambleas “clandestinas” (hasta cierto punto, porque participaban centenares de estudiantes de una o varias facultades) en templos evangelistas, judíos o católicos. Los más organizados pasábamos por un control, que normalmente era en un bar. El encargado o encargada del control tenía una lista, se sentaba al lado de una ventana, y a medida que pasábamos por la vereda, tachaba los nombres. Si, más allá de la hora convenida, faltaba alguno significaba que había que avisar a los abogados de presos políticos. Cuando se trataba de reuniones de célula, se pedía la casa de algún simpatizante o amigo, procurando rotar permanentemente…

Durante una nutrida asamblea en un aula grande de la facultad se paró uno y pidió una moción de orden. “Quiero hacer una denuncia”. “Tenemos un cana presente en la asamblea”. Silencio. Todos inmóviles. Veo una cabecita dirigirse a los pedos a la puerta. Lo agarran. Era mi amigo, que andaba siempre recorriendo comisiones para ver que mina se podía levantar y dedujeron que era cordina. Pedí la palabra y aclaré, llamando a testigos, que más de una vez había prestado su casa para reuniones. Por suerte me creyeron…

¡Atención, atención, toda la cordillera va a servir de paredón!

¡Hermano chileno, no bajes la bandera que aquí estamos dispuestos a cruzar la cordillera! …

¡Yo tengo fe que Chile va a ganar, yo tengo fe que Chile va a ganar, y va a romperle el culo al gobierno militar!…

¡El pueblo unido, jamás será vencido!…

“Quédense todo el tiempo que quieran”, les dijimos a unos refugiados chilenos que eran medio parientes de mi esposa…

Si se puede decir, la experiencia de militancia con los troskos fue aleccionadora. Como un amigo estaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores “La Verdad”, optó por la agrupación estudiantil que lo representaba en Filo. Al mes, el Decano Castellán llamó a elecciones. La inmensa mayoría de los estudiantes encuadrados rechazó la propuesta, porque se daba en el marco de la dictadura y la intervención de las universidades. Pero “La Verdad” no. Cuando se trasmitió esa posición en la célula, se opuso junto con un compañero. Se llenaban la boca con el centralismo democrático y el odio a la burocracia Estalinista. Pero de hecho, eran tan antidemocráticos como los que criticaban. A la siguiente reunión bajó un camarada de mayor rango a darnos las razones que fundamentaban la postura. Como seguíamos oponiéndonos, se llamó a una tercera reunión en la que estaría presente un dirigente más importante. Los mandamos a la mierda…

La manifestación, de varios centenares, avanzaba cubriendo toda la avenida Pueyrredón. En el frente iba el japonés, haciendo cabriolas como un mono y agitando un revólver cromado grande, seguramente viejo. Habíamos partido de Filo y la columna abarcaba el ancho de la avenida y unas dos cuadras o tres de fondo. Las consignas más coreadas eran las unitarias: “Paredón, paredón, a todos los milicos que vendieron la nación!; “Policía Federal, la vergüenza nacional!”;“¡sevacabar, sevacavar, la dictadura militar!”; “¡Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, lo yanqui hijos de puta se tienen que morir!”, “¡Vea, vea, vea, qué cosa más bonita, peronistas y marxistas por la Patria Socialista!”; “¡Obreros y estudiantes, unidos y adelante!”; “¡Evita, Guevara, la patria liberada!”, “¡Milico, basura, vos sos la dictadura!”, pero también se cantaba “¡Aquí están, estos son, los soldados de Perón!”; “¡Evita, Perón, Revolución!; “¡FAR y Montoneros son nuestros compañeros!” . A medida que avanzaba la columna, el entusiasmo crecía en una determinación colectiva que hermanaba. Al llegar a la esquina de Cangallo (hoy Tte. General Perón) frenaron ruidosamente varios Ford Falcon verdes de Coordinación Federal y se bajaron algunos “tiras” ametrallando el aire. Me enteré que al japo lo chuparon en la puerta del bar “La Paz”…

En otra memorable marcha, de muchos miles de estudiantes, y que desembocó en la avenida 9 de Julio a la altura de Barrio Norte, se cantaban insistentemente consignas, que sintetizan el estado de conciencia de los estudiantes más combativos. Entre las principales y más recordadas cabe consignar las siguientes: “¡Alerta, alerta que camina, el antimperialismo por América Latina!”; “Cinco por uno, no va a quedar ninguno, tenemos los fusiles del 141!”[10]; “Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos a los héroes de Trelew!”; “Santucho, Pujadas, la patria liberada!”; “Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos a Ezeiza y a Trelew!”[11]; “Montoneros, FAR y ERP, con las armas al poder!”; “¡En Rosario a un general, en Rosario a un general, le gustaba torturar, le gustaba torturar, Sánchez se llama la viuda. Gracias, muchas gracias FAR!”…

Me contaron que en el campo de concentración una de las presas tejía muñecas. Y las hacía con capucha…

Dijo que prefería vivir a lo ancho que a lo largo. Lo bajaron en el asalto al cuartel…

El 25 de Mayo de 1973, Cámpora amnistió a los presos políticos. Una marea de antorchas caminó desde el centro hasta Devoto para recibirlos. Salieron, y poco tiempo después empezaron a disparar desde las alturas de la cárcel. Los “erpios”[12] respondieron. Corrieron a refugiarse en las casas bajas del vecindario. En la que les tocó en suerte un pibe estaba herido. Se ofreció para llevarlo a donde lo pudieran atender. Una piba puso su auto. Le dijo a su esposa que lo esperara ahí. El hospital era un quilombo por la cantidad de gente que llegaba. Mientras esperaban en un pasillo, se acercó un enfermero con una cédula de identidad en la mano y le preguntó si lo conocía porque estaba a un paso de la muerte en el quirófano. Era de un compañero de facultad. Mientras esperaban, a la izquierda se abrió una puerta de la guardia y pudo ver al dueño de la cédula. Se acercó y le preguntó como estaba, “bien, la bala penetró un poco en el muslo”. Regresó al suyo, le sacó la plata del bolsillo y se la puso en la media. El pibe preguntó “¿sos peronista?, “no”, contestó…

En esos años, los instrumentos de persuasión del poder para los rebeldes eran el consuelo celestial y la tortura…

Habían preparado las “molo” en el departamento de uno de ellos, situado en el piso 20 de una torre de barrio norte. Las pusieron en los bolsos y llamaron al ascensor de servicio. Subieron. En el piso 15, subió el portero. Hacía mohines nasales porque olía a nafta, pero, respetuoso, no preguntó…

Me dijo, convencido, pasados los años “estábamos más dispuestos a morir que a matar. Y nos enfrentamos a gente para la que matar era una profesión”…

Nos quedó la ironía y una sana paranoia…

Para 1978 trabajaba en una importante consultora. Al parecer, los profesionales dábamos buenos dividendos a la empresa porque nos compraron entradas para los partidos finales del Mundial. En la tribuna, repleta de gente, se cantaba “¡Argentina, Argentina!”. Todos enfervorizados. Miré a mi alrededor y me até la cinta argentina que regalaban a la cabeza. Como los Montos. Y eso que nunca fui peronista. Uno de los dueños me miró con cara de culo…

En lo tocante a la vida social, parábamos en el bar La Paz (Corrientes y Montevideo), junto a otra gente que llegó a ser conocida años más tarde. En las amables tertulias nocturnas hablábamos especialmente de política y de cine. Nos juntábamos, salíamos a comer una pizza, cine y de vuelta a la Paz. Uno, que la iba de duro y de rápido, contaba admirativamente que su hermano mayor se había afeitado con agua fría en Bolivia. Otro, amigo mío, se arrimó a La Pitufa en época de soledad. La pitufa no era fea, pero la cagaba por lo ridícula. Sombrerito y zapatos Minie Mouse, unos libros bajo el brazo para acreditar su condición de estudiante crónica. Treinta y pico y a la pesca. Salieron durante un tiempo. Al parecer nunca se habló de convivencia. Finalmente, Él la pateó. Mi amigo me llevó a su departamento para hacerme escuchar las puteadas que La Pitufa le dejaba en el contestador. Daban escalofríos…

Salieron del bar La Paz a caminar. Era verano, noche tarde y hacía calorcito en Buenos Aires. Pero, cosa excepcional, seco. Como recién se conocían, la charla se situó entre lo banal y algún dato de las respectivas historias. Caminaron mucho rato, sin rumbo, en un primer disfrute. Se había hecho muy tarde pero no sintieron pasar el tiempo. En la Plaza de los Dos Congresos, Él le propuso descansar. Se recostaron debajo de un árbol centenario. Llegaron primero las caricias y después los besos. En la oscuridad, Él miró para arriba y pensó “qué ardillitas simpáticas”. ¿Ardillitas acá? ¡La puta que los parió! Son brutas ratas…

Había un petizo, rara avis, que no paraba de asombrarnos. Ejemplo 1: caminábamos por Corrientes rumbo a una pizzería. En los cines, todavía se exhibían fotos de las películas. En determinado momento, el “enano” se acercó a una de las fotografías, de una actriz que estaba muy buena, tocó la foto, y dijo, “¡qué piel!”. Ejemplo 2: “el otro día estuve en casa de una amiga. Tenía una fiebre que volaba. No sabes lo lindo que fue garcharla. Toda calentita…

¿Malvinas?, “se va a acabar la dictadura, los milicos cavaron su propia fosa”. En todas las embajadas se abrieron listas para que se inscribieran voluntarios. Muchos exiliados se anotaron, pero no fueron llamados.

Felices Pascuas, la casa está en orden…

¡Madres de la Plaza!… ¡El pueblo las abraza!; ¡La sangre derramada!… ¡No será negociada!… ¡Con vida los llevaron!… ¡Con vida los queremos!…

¿Hiperinflación?… Este hijo de puta y su salariazo y su revolución productiva… Deme dos…

En algunas ocasiones el peligro se me presentó como una sensación estomacal, momentánea y fuerte…

Al grito de ¡policía!, me secuestraron en un taxi y me llevaron para Avellaneda. ¡Agachate, mirá para el suelo! Pensé que si por casualidad se cruzaba un patrullero, moría como un pajarito. Antes de soltarme, el jefe me dijo “¡mirá que tenés pelotas! No te calientes, la plata va y viene.” Bajamos con uno que me llevaba del brazo. “No mirés para atrás. Tomá diez pesos para el taxi”…

En oportunidad de mi primera beca a Canadá, de intercambio académico, nos alojamos en un bed and breakfast de una viuda inglesa en la calle Wellington de Toronto. Nos atendió muy bien, como a hijos. La suya vivía en Sudáfrica, casada con un abogado negro. Le comentó a mi mujer que yo era easy (fácil). Claro, su finado esposo había sido sargento del Real Ejército de su Majestad Británica…

Como realicé algunos trabajos sobre la historia de Canadá, tuve que investigar bastante. Una de las cosas que me llamó la atención fue leer que cuando el primer levantamiento armado de Louis Riel[13], un métis[14] que lideraba una rebelión contra los anglocanadienses en Winnipeg y llegó a formar un gobierno provisional, se ejecutó a 1 (una) persona. Esto figura como un hito en la historia del Canadá. No pude evitar la comparación con nuestro país…

Nunca en mi vida planché una camisa. No me avergüenzo. La paquetísima madre de una amiga de verano se jactaba de no haber pisado nunca la cocina de su casa…

Hasta hace poco pensaba que mi puntualidad se debía al “minuto”[15], después caí en la cuenta de que obedecía a mis largos años de transitar por el psicoanálisis…

Después de superar los inevitables golpes de la iniciación sexual con ellas, (conmigo ya hacía rato que era un experto) para los cánones actuales tardía, comencé a tener un relativo éxito en la Arena[16]. En la facultad éramos un macho por cada nueve mujeres. Casi todos de Sociología. Imagínate. El zorro entre las gallinas. Allí comprobé que en la mayoría de los casos, el sexo de juventud es un deporte de contacto. Encima, los que nos destacábamos como militantes (y más si te animabas a hablar en una asamblea) la rompíamos. Con el casamiento se interrumpió esa gimnasia, pero al quedar sólo, retorné a los noviazgos…

Noche en los lagos de Palermo. Cassete con poemas de León Felipe. Emociones. Besos. Hotel. Champú. Música romántica. En medio del combate, inspirado por el tema, pregunté al oído “¿baila?”… Ella contestó “no, entra justito”…

Nos divertíamos mucho. Era muy ocurrente. Me decía “conejito Duracell”[17]

Estábamos mirando ese monumento de la música filmada que es “Shine a light”, realizada por Martín Scorsese en oportunidad del concierto inaugural de la gira de los Rolling Stones de 2006 en Nueva York. Frente a los geniales y eléctricos movimientos que ejecutaba Mike Jaegger, mi esposa dijo “Mirá ese culito, tan chiquito”. “Debe cagar cabellos de ángel… de a uno” contesté…




[1]. Cuando el servicio militar era obligatorio, al conscripto se le llamaba “colimba”: corre-limpia-baila.

[2]. Consistía en emitir, a grito pelado y trotando despacito en el mismo lugar, órdenes de diferente naturaleza. Cada uno elegía su propio repertorio.

[3]. Parque de diversiones ubicado donde actualmente se levanta el Hotel Sheraton.

[4]. Autor, entre otros, de los famosos tangos “Organito de la tarde”, “El aguacero”, “Tinta Roja” y “María”.

[5]. Se cuenta que al momento de inscribirlo en el Registro Civil quiso que su hijo se llamase Descanso Dominical. El funcionario se negó y se decidió por Cátulo.

[6]. Mijail. Aristócrata ruso adversario de Marx en la Primera Internacional de Trabajadores (1814-1876).

[7]. Pedro Alejandro. Príncipe ruso anarquista (1842-1921).

[8]. Apóstol de la no violencia y padre de la independencia hindú (1869-1948).

[9]. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

[10]. El ERP había capturado en febrero de 1973 dos toneladas de armas (entre ellas fusiles FAL) en el Batallón 141 de Comunicaciones del Ejército.

[11]. La llamada Masacre de Ezeiza se perpetró el 20 de Junio de 1973, en oportunidad del frustrado regreso definitivo de Perón y fue ejecutada por la derecha peronista con la presunta autorización del General. Los fusilamientos de Trelew se llevaron a cabo el 22 de Agosto de 1972, en la base naval Almirante Zar de dicha localidad.

[12]. E.R.P.

[13]. Louis Riel (1844-1885) murió en la horca luego de ser conculcado su segundo levantamiento.

[14]. Mestizos descendientes de indígenas y europeos. Mucho más comunes entre los franceses que entre los ingleses.

[15]. Los militantes clandestinos se manejaban con este criterio: esperar en la cita un minuto y luego partir. Se suponía que el que no había llegado había caído.

[16]. Corrida de Toros, también llamada Fiesta.

[17]. En un aviso televisivo corren una carrera conejitos movidos por pilas. Los alimentados con pilas de otra marca se van agotando y el de Duracell sigue corriendo como si nada.

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