sábado, 26 de noviembre de 2011

Parte IV De los laburos

PARTE IV

De los laburos
(pensó, sintió, dijo o le dijeron)
                           



“Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado… Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste…”

(Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, Karl Marx)








En esa época el padre era un alto ejecutivo de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y consiguió hacerlo entrar en el Banco Nación. Los primeros tiempos se la bancó, pero pasado el primer tramo, se empezó a embolar. Sentía necesidad de contrarrestar el sopor en que lo sumía la rutina. El jefe, que se daba cuenta pero no quería quedar mal con los de arriba, lo pasaba de una tarea a otra, pero sin éxito. Él se las tomaba al baño a torrar y desaparecía por largos ratos. La situación se prolongaba. Adquiría una perfecta progresión dramática. Él se mandaba cagadas cada vez más grandes. En el zenit, en horario de atención al público, se escondía detrás de alguna de las enormes columnas y pegaba unos alaridos que erizaban los pelos a todo el mundo. Inicialmente ninguno alcanzaba a detectar su procedencia, pero como él le había tomado el gustito, apelaba a ese truco con una creciente frecuencia. Una vez advertido el jefe (desde luego gracias a una botoneada), no atinaba como resolver el tema. Pero los alaridos eran cada vez más escalofriantes. Lo hacía regularmente cada hora. Que un lamento lastimero prolongado, que un grito evidente de dolor, que el ulular de una ambulancia… en fin. Cuando el jefe lo llamó, negó su autoría indignado. Pero tuvo que amainar. Poco a poco, los alaridos se fueron espaciando, y cuando unos amigos lo invitaron a viajar por América, presentó la renuncia gozoso…

Se presentó a buscar laburo. Le entregaron un formulario para completar. En la parte en que decía escriba una frase de su elección puso “ríe el enano en el banquete de las fieras”…

Al salir del servicio militar mi padre me consiguió una recomendación para entrar en el Banco Supervielle Societé Generale. Me ubicaron en su Departamento Inmobiliario, sito en la Galería Güemes, sobre la calle San Martín. El local estaba atravesado por un largo mostrador y detrás de este, estaban los escritorios donde trabajábamos una veintena de empleados. Todo expuesto a quienes transitaban por la Galería por medio de altísimos paneles de vidrio. Como deseaba volver a fumar en pipa, resucité algunas de las que poseía. El subgerente entró al Banco por la puerta de la galería, me vio y pegó un saltito. Yo estaba tipeando. No habían pasado tres minutos cuando un ortiva del subgerente se me acercó y me susurró al oído “El subgerente te quiere ver”. Pasé a la subgerencia. Su ocupante mayor estaba sentado muy ancho detrás de su amplio escritorio. El ortiva arrimó una silla y se sentó a su lado, y acurrucado me miró con curiosidad. El Chancho me escupió “¿Usted se cree el dueño del Banco?”. “¿Por qué, señor?”. “¿Cómo se le ocurre fumar en pipa?”. Me pareció tan surrealista que aguanté la filípica hasta que terminó. Entonces, taconeé y le dije “permiso para retirarme, señor”. Más tarde tuve que ir a Gerencia, en el primer piso, y explicar, en presencia de mi jefe inmediato, al subgerente y al Gerente, que había traído la pipa por consejo médico, porque el cigarrillo me hacía mal (esta excusa me fue aconsejada por mi jefe, que, aunque boludo, no era mal tipo). Aún hoy, a la distancia, sostengo que ese tipo de arbitrariedades se realizaban como un rito iniciático para los aspirantes a bancarios, porque a un chico que había entrado casi el mismo día que yo le pasó algo que presumo parecido porque no me lo contó. Si te la comías, probabas que merecías ser bancario…

La central del Servicio Internacional de Entel (Empresa Nacional de Comunicaciones) tomaba toda la esquina de Cangallo (hoy Tte. Gral. Perón) y Talcahuano. La sala desde donde los operadores comunicaban a los abonados con el exterior estaba en el primer piso y daba a Cangallo. Al frente, por esta última calle, estaba el “Hogar de la empleada” dependiente de la iglesia católica. Como por ley las mujeres no debían trabajar de noche, los turnos posteriores a la 18.00 hs. eran cubiertos por varones. Casi todos los días, a determinada hora, alguno proponía subir al cuarto piso a ver a la vecina del frente. Las oficinas de los otros pisos estaban cerradas luego del horario administrativo y para acceder al cuarto piso había que trasponer una banderola, que, aunque estrecha, permitía que se deslizaran a una oficina que estaba sobre Cangallo. Una vez arribados a ese lugar, esperaban unos minutos. Una morocha escultural entraba en su dormitorio, que tenía los ventanales abiertos. Se bañaba, y después se probaba ropa interior de encaje negro. Se miraba al espejo y se cambiaba varios juegos. Se sospechaba que, pese a que los mirones estaban agazapados en la oscuridad, la morocha se sabía mirada y admirada y lo disfrutaba…

Trabajaban como operadores bilingües en Entel. Durante una movilización a Plaza de Mayo, la policía reprimió con gases e hidrantes con agua colorante. Se dispersaron y alcanzaron a entrar a un bar al paso. Se sentaron al fondo a tomar un café. Entró la cana a pedir documentos. Cuando llegaron a ellos, su amigo dijo “servicio internacional”. El botón se cuadró y se fue…

Al reincorporarme después de negociado el levantamiento de la huelga, me destinaron a Larga Distancia para que no volviera a levantar polvo en Servicio Internacional. Entre los personajes que trabajaban conmigo había un flaco filoso como un bisturí. Una vez nos mandaron a ambos a la “posición” de números cambiados. Nuestra tarea era tomar el llamado e informar que ese número había sido cambiado a tal otro. El flaco, rapidísimo, cazaba al vuelo el motivo del llamado. “sí, con él… bueno, por favor, pregunte a su padre cuanto le debo… Bien, mañana a las seis paso a pagarle, ¿le parece bien?”. Al otro día, frente a un nuevo reclamo al mismo número, inventaba una excusa. En otra ocasión tomó un pedido de catering (se le decía lunch) para una fiesta de cien personas. El día de la reunión, poco antes de la hora en que debía empezar, la dueña de casa llamó desesperada. El flaco le dijo que ya iban para allí…

Estaba en mi posición atendiendo pedidos de Larga Distancia. Dos lugares a mi derecha advierto que el operador tardaba más de lo reglamentario para establecer una comunicación. Pasaron como cinco minutos. Comentó que se había enganchado una mina. Un veterano, sentado a su lado le preguntó “¿Cuál es el número de origen? “Tal”. “Te invitó a pasear en su Fiat 600?”. “¿Cómo sabés?”. “Y te va a pasar a buscar después del laburo”. “Sí”. “¿Y se van a encontrar en la esquina tal?”. “Sí”. “Otro que picó con la paralítica”…

Casi todos se dedicaban a joder todo el tiempo porque daba para eso. Siempre alguno tenía tiempo muerto y atacaba. El resto paraba la oreja y por lo general se producía una carcajada generalizada. Salvo Fulano. Llegaba, se sentaba, y, sumamente concentrado, trabajaba hasta que finalizaba su horario. El que estaba a mi izquierda me contó. “Pobre, se acaba de separar”. “Pobre” dije, agregando “¿Y por qué?”. “La mina lo cagó”. Hizo una pausa y continuó. “Estaba en la casa esperándola. Ella llega, saluda de lejos y se manda al lavadero. Después va a darse una ducha. Fulano, picado, va al cesto de la ropa para lavar. La bombacha estaba ahí nomás. La saca y se da cuenta que estaba llena de leche”…

Pasados unos días del levantamiento de las unidades militares de Azul y Olavarría[1] tuvo que comunicar por larga distancia a dos hombres, que por su voz, debían ser viejos. Cuando escuchó por unos instantes la conversación para asegurase que no tendría problemas, advirtió que eran militares. Supuso, y luego confirmó, que eran generales retirados. Como hablaban del levantamiento, se interesó y siguió escuchando. Uno de ellos dijo “estoy indignado, jamás lo hubiera pensado de Fulano (mencionándolo por su nombre de pila). Fijate que podrían haber muerto muchos soldados”. “Yo también, con los tanques no se jode. Estoy tan furioso que le voy a pedir a Fulano que me devuelva unos perritos de porcelana de colección que le regalé”…

Para esos años el maoísmo estaba de moda entre los estudiantes. Perón hablaba del “Gran Mao” y eso se tomaba como un reconocimiento. Entre mis compañeros de Larga Distancia había uno que conoció a Evita porque cuando joven trabajó en la Fundación. Habida cuenta de lo dicho, respetaba mi militancia maoísta y yo le decía, para corresponder, que Perón había sido el estadista más grande que había dado el país. Una noche contó que Eva recorría una de las instalaciones, que contaban con una pileta de natación enorme para niños. Al pasar junto a la piscina, uno de los empleados le comentó que días atrás se había caído una pequeña al agua y que por suerte la rescataron inmediatamente. Parece que quedó muy impresionada porque mandó tapar la pileta…

Era de izquierda. Para el resto de la oficina, un loquito. Como tenían que elegir un delegado porque los tiempos eran pesados, lo mandaron al frente. El día anterior a la Masacre de Ezeiza los reunió y les dijo que los que quisieran ir a recibir a Perón fueran “calzados”…

Durante la dictadura no podía mencionar que era sociólogo en ninguna búsqueda. A través de un familiar político, entró en un laboratorio de especialidades oftalmológicas como lo que entonces llamaban visitador médico. En una de las entrevistas, una oculista le contó que un colega suyo, a cuyo padre iban a operar, llamó al cirujano y le dijo que, como el viejo tenía mucha plata, lo fajara bien. Y que reservara su cometa…

En otra visita, el profesional abrió la puerta y lo hizo pasar. Como era temprano el consultorio estaba vacío. Sumamente indignado le comentó que un paciente, cuando le comunicó cuanto le cobraría por operar un chalasion, le contestó que era muy caro. “¡Se da cuenta, pretende cambiar salud por dinero!”…

Trabajaba de visitador médico y estaba esperando en el hall a un oculista en la obra social de SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires). Estaba cómodamente sentado en uno de los sillones y por una puerta abierta alcanzó a ver a un hombre joven, en ropa de trabajo, con una caja de zapatos cuidadosamente portada en los brazos, con la tapa hacia arriba. Adentro estaba su bebito muerto minutos después de haber nacido…

Eran algo más que compañeros de oficina. Panamericana en la noche. Volvían de San Pedro, donde habían pasado el fin de semana. El estaba apasionadamente enamorado. Ella, quizás. Era sexualmente desmesurada y, a medida que avanzaban, le preguntaba si conocía los hoteles alojamiento de los costados. Señalaba a este, a aquel otro, y hacía comentarios. Con orgullo, dijo que se los conocía a todos. Él se quedó helado hacia adentro…

Salieron del telo en los lagos de Palermo. Tomaron el colectivo. En el trayecto no cruzaron palabra. Ambos eran casados…

“La ex - agente Tal registró inasistencias en un total durante 81 días hábiles durante el año, que en ningún caso incluyeron ninguna licencia de largo tratamiento y además solicitó permisos de entradas/salidas en 58 oportunidades. En los días en que prestó servicios el promedio de cumplimiento de la jornada laboral fue escasamente de 5 (cinco) horas diarias respecto a las 8 (ocho) horas que hubiera debido cumplir en razón del nivel escalafonario con el que se la contrató… Ante [esto] ha sido evidente que no efectuó una prestación de servicios eficaz y conveniente para la Administración Pública Nacional, lo que ha sido fundamento suficiente para no propiciar la prórroga de su contratación por parte de este [Organismo], pues dichas contrataciones se efectúan para satisfacer necesidades de servicio”…

Era tan seductora que tenía erotizada a toda la oficina. Aunque salían desde hacía algún tiempo, Ella coqueteaba con uno de los pibes, que se sentaba en un escritorio de enfrente. Ella le contó que la tarde anterior había tomado un café con ese pibe y se dio cuenta de que estaba muy embalado. Al mediodía Él comentó públicamente, en voz alta y desde lejos, algo sobre el café que el pibe había compartido con su mina. A los pocos días el pibe renunció…

Dejó su escritorio y atendió, “como no, doctor, ya le paso”. Percibió como su interlocutor se hinchaba al otro lado de la línea como galleta en agua sin saber que Él se cogía a su mujer…

En la oficina nadie advertía el código secreto que nos unía y que detrás de lo que cada uno decía había un mensaje cifrado para el otro. Como les faltaba el dato esencial, transitaban en la superficie de nuestras palabras…

Parece que la directora, cuando Ella le preguntó porqué no le renovaba el contrato, le dijo que porque necesitaba chicas jóvenes y Ella no lo era (aunque andaría por los treinta). Mientras se quedaba en la oficina de la jefa llorando, oyó, a través de la puerta entreabierta, que la ahora exjefa le decía a su secretaria “llamá a la peluquería y pedí un turno para que me atiendan ya”…

El Secretario reemplazaba al Ministro, que estaba de misión en el exterior. Cierto día, el Secretario salió a almorzar en el horario habitual. A regresar descubrió con estupor que le faltaba el portafolio que había dejado en el armario. Por el escándalo que armó, todos supusieron que le habían robado algo importante. Dado que el despacho estaba cercano a la Unidad Ministro, era improbable que el hecho hubiera sido cometido por extraños. Se habló también de “los servicios”, dando a entender que la cosa venía por alguna “interna”. Esa misma tarde se movilizaron todos los recursos necesarios para realizar una profunda investigación y recuperar lo robado. Entre las medidas tomadas figuraba el repaso de las grabaciones de las cámaras de las puertas de acceso al edificio, tarea que demandó sus buenas horas de dedicación. Finalmente se halló un culpable. Era uno de los pintores de la casa, que se afanaba latas de cuatro litros de pintura. Lo echaron y el honor de los encargados de la vigilancia fue recuperado casi intacto…


Salimos del Ministerio cuando caía la tarde. Era mi jefe y nos habíamos hecho bastante amigos. Me comentó al pasar “todo lo que hacemos los hombres es para levantar minas. Las mujeres no”…

Sería Noviembre. Estaban en grupo en la oficina. Él estaba en remera y se dio cuenta de que Ella gustaba de Él porque de repente lo tomó del brazo un poco más abajo del hombro…

Corrían los primeros tiempos del Menemismo. Tiempos de cambio. De reforma del Estado. De completud de Revolución Neoconservadora. De desembarco Cavallo. Trabajaban ambos en el Ministerio con categoría 22 (una de las máximas y la generalizada entre profesionales con algunos años de experiencia). Al disolverse la Secretaría, que hasta entonces dependía de Presidencia, pasaron todos a la órbita del Ministerio. Se habían hecho bastante amigotes porque la esposa de Uno era compañera de oficina del Otro. Con la reorganización pasaron ambos a trabajar en un novedoso programa. Uno alternaba la redacción de informes sectoriales (alabados por sus jefes, que venían de la gastronomía empresarial de Lomas) y la participación en reuniones como representante del Estado. Otro se dedicaba a trepar. Sabía cómo cobijarse en los poderosos. Sabía ser perro faldero. Pronto categoría 23, pronto categoría 24. Pronto Director Nacional. Pronto Subsecretario. En cierta ocasión, Uno le comentó al encargado del sector Fotocopias (a la sazón Gran Premio en categoría Pintura en el Salón Nacional) algo sobre Otro, el economista. ¿Economista?, cuando vino a mi taller a ver mis obras se presentó como arquitecto. Uno, aprovechando la confianza, le recordaba con frecuencia a Otro que le había prometido pasarlo a categoría 23. Otro argumentaba que no lo había podido tratar con el Secretario. A veces Uno lo veía salir desencajado del despacho del Sátrapa. A punto de vomitar. Pero se mantenía a flote. Como se acercaba el momento en que Otro debía jurar como Subsecretario, el Director de Personal del Ministerio de pidió que le alcanzara el título. Al principio le dijo que no lo encontraba. Luego de varias respuestas de ese tipo, le comentó a Uno que no tendría más remedio que confesar la verdad. “En tiempos de la represión, entraron a mi edificio y allanaron departamento por departamento. A medida que se acercaban al mío, yo quemaba todos los papeles que podía. Y sin darme cuenta…quemé el título”. Igual fue nombrado Subsecretario…

Bajita, proporcionada, movediza. Seis puntos tirando a siete con buena voluntad. New Age. Vegetariana. Muy vueltera. Una vez entró a la oficina con las tetas en bandeja, como se usa ahora…

Oficina muy grande. Con ojos de cazador, se dijo que dos estaban muy buenas, una especialmente. Al menos para Él, digna de descontrol. Desplegó todos sus recursos de seducción con la otra. Lo hacía como maniobra de distracción. Apuntaba a la de mejor puntuación, que era casada como él y tenía que camuflar el asunto. No le fue mal…

Me lo encontré en la calle Florida. Me contó que la mujer lo había abandonado y que no podía ver a sus hijos. Me mangueó para un vino. Le di unos pesos. Había sido mi supervisor. En ese entonces era un perro…

Regresaban a Buenos Aires luego de cenar en el Tigre, en una terraza de un primer piso. A orillas del río. Pararon un rato para besarse. De repente, El descubrió que no tenía los documentos. Desandaron camino durante una hora. Restaurante. Suelo del estacionamiento. Lugares donde caminaron. Nada. Resignado, arrancó el auto y por casualidad metió la mano en la gaveta de la puerta de su lado. Los documentos habían ido a parar allí durante los febriles manoseos…

Era otra oficina con mucha gente. Ella era hermosa y tenía una sensualidad muy especial. Dulce a la vista como las adolescentes de las historias de Corto Maltes[2]. Todas las veces que podía hacía algún toquecito sutil a alguno de sus varios admiradores (una mirada aquí, un comentario a las perdidas, un halago allá). Era como regar plantitas…

Una de las compañeras entró llorando. Con voz entrecortada, nos dijo que la habían echado. La rubiecita tonta le dijo “¿Te perjudica, gorda?…

Llevarse el papel higiénico del baño de empleadas también es una forma de confundir lo público con lo privado…

De compañeros de oficina ascendieron a amantes. Lo más curioso que le contó fue que había garchado dentro de una calesita cerrada un día de lluvia en la costa. El no preguntó si había sido de día o de noche. Un sábado a la tardecita tarde estaban en el departamento de Ella. Pensaban ir a la Recoleta. Se apareció con una blusa negra de seda transparente. Infartante. Tenía unas tetas (naturales, por supuesto) incomparables. Lo tenía loco porque era tan erótica como las minas que dibuja Manara[3] pero esas cosas le volaban la cabeza. Le preguntó “¿querés que me cague a trompadas? Se armó quilombo y no salieron…

Ella había salido del trabajo bastante antes que Él. Cuando llegó esa tarde al departamento, la encontró en la cama mirando una película de Isabel Sarli. Se dio cuenta de que se había hecho la paja…

Nos juntábamos al mediodía para almorzar en el comedor del Ministerio. Yo lo llamaba “polémica en el bar”. El resto eran economistas. Estaban representadas, alternativamente, las siguientes expresiones: iglesia de los pobres (pariente de la Teología de la Liberación y de los Sacerdotes del Tercer Mundo); el progresismo lavado; el marxismo puro (mezclado con Freud y Lacan); la mosca blanca de la oligarquía, de apellido patricio pero ideas socialistas; el kirchnerismo “ma non tropo”, la antigua guardia del PC; alguno de los últimos menemistas y algún que otro amargo sin perfil político tan definido. Los temas tratados, espontáneamente, de acuerdo a quien llegaba primero y establecía la agenda, iban desde la política presente, pasada y futura hasta la teología, pasando por cine, psicología, historia nacional e internacional y anécdotas familiares. El creyente, turco, católico y peronista, dudaba del ateísmo de los restantes, hecho que alimentaba consabidos sarcasmos. El ala de extrema izquierda super-analizada daba sus razones, que, de últimas, eran un poco “naives”. . El progresista lavado y el exPC casi habían llegado a las manos a raíz de una discusión sobre Irán, y como el progre quedó calentito después lo fue a buscar a la oficina y, le gritó los argumentos que le habían quedado en el buche. Cuando uno estaba sentado, el otro buscaba otra mesa. El psicobolche llamaba al progre lavado “Malevo”. Salvo por ese hecho, resuelto desde hacía tiempo del modo descrito, se almorzaba en medio de observaciones agudas y razonamientos inteligentes…

En el minicine del Ministerio, con capacidad para 300 personas, se proyectaba a sala llena el documental “Todos los cuerpos”. Era un preestreno en el que se narraba una historia real protagonizada por dos de los integrantes de “Polémica en el bar”: Jorge, “el turco” y Horacio, el “psicobolche naive”. Constaba de entrevistas a ellos y a varios funcionarios actuales y pasados; una coreografía teatral paralela en tiempo de mimo, reflexiones de un investigador social especializado en Derechos Humanos y una psicóloga, que focalizaba su enfoque en la represión. La película contaba que Mate Cosido (Horacio) y Bairoletto (Jorge) se habían dado cuenta de que los golpistas del ´76 estaban decididos a borrar todo vestigio de planificación en el Estado. Ellos trabajaban en la Dirección de Planificación Regional. Llegó la orden de retirar todas las publicaciones surgidas de esa Dirección, así como los trabajos monográficos que habrían dado lugar a nuevas ediciones. Jorge y Horacio decidieron resistir el atropello y escondieron en un armario (el frailero) todo lo que a su juicio era más importante. Ese mueble estaba a nombre de Jorge y se suponía que contenía efectos personales. Servicios Generales, acatando el mandato de la superioridad, barrió con toda la producción de muchos años. No se sabe que ocurrió con ella. Sin embargo, el frailero contenía, ante ojos que veían su interior, un valioso testimonio. Jorge menciona que su medida defensiva tenía antecedentes. Al momento del desembarco de la Fusiladora en el 55, una pared íntegra de la biblioteca contenía (en estantes de un metro y medio de profundidad), materiales del peronismo. Los trabajadores, ante la inminencia del atropello, levantaron una pared, sellando los libros. La pared se tiró abajo en 1973 y se entregó todo a su destinatario natural, la biblioteca del Ministerio. Volviendo a los ´70 y los ´80, Jorge narró que “el frailero” lo acompañó en todos sus traslados. Tanto él como Horacio guardaban celosamente el secreto, porque no querían comprometer a sus otros compañeros de oficina. Finalmente, con el retorno a la democracia, llevaron lo que habían custodiado a biblioteca. La película es muy conmovedora, especialmente para la generación que vivió los hechos. Hubo gente que no paró de llorar…

Un viejo ordenanza, que según cuentan servía el café de mal modo a los militares, fue llamado por uno de ellos, que le dijo que en lo sucesivo debía dirigirse más respetuosamente al jefe, por ejemplo: “permiso, señor general”, “sí, señor general”, etc. Él le contestó “general, conozco uno solo”. También había asistido a la proyección. Me lo encontré en el baño y me dijo: “esto, al lado de lo que pasó, es un dibujito animado”…

El otro día, el Cristianuchi se sentó a la mesa cuando ya estábamos comiendo. La discusión, entre el progre lavado y yo giraba en torno a la evaluación del gobierno y el momento político. El psicobolche naive le preguntó cuál era la suya. “Una de cal y una de arena”. “¿Por qué?”. “Mirá, el procesamiento y detención de Martínez de Hoz me parece maravilloso, pero la media sanción de la ley de matrimonio entre homosexuales, una cagada”. “Bueno”, intervine yo, “Eso nos acerca a la Madre Iglesia, ¿no? Acusó el golpe pero se repuso dignamente. “A los curas pedófilos que los juzguen y se les aplique la ley” (juicio propio de católico crítico, en ciertas cosas). Después de las consabidas risas, seguimos comiendo…

Se denominaban entre ellos revolucionarios. Se drogaban todo lo que podían. Les pareció una atrocidad que quisieran hacerlos cumplir el horario y le hicieron la guerra a la Dirección del Instituto…

Almorzábamos en la oficina en torno a la mesa de la sala de reuniones. Como siempre se le ocurría alguna joda, ese día entró comentando que la noche anterior había salido con Fulano (otro de los comensales). Alguien preguntó “¿a dónde fueron?”. “A Spartacus”[4]”. Fulano saltó en seguida. “Yo lo dejé en la puerta”…

Viajaba en subte hacia Belgrano cerca de hora pico, por lo que aunque el coche estaba concurrido, no llegaba a ser aún lata de sardinas. Después de la estación Pueyrredón un joven que estaba detrás mío le pega un empujón a un viejo gritando “viejo ladrón, me estaba bolsiqueando”. El viejo, con cara acongojada le retruca “dejáme laburar”…


[1]. En Octubre de 1971, militares nacionalistas contrarios al hombre fuerte del ala liberal del ejército, Agustín Lanusse, protagonizaron el alzamiento, que fue prontamente sofocado.

[2]. Personaje más famoso de Hugo Pratt.

[3]. Milo Manara. Dibujante italiano.

[4]. Espacio nocturno para experiencias homosexuales masculinas. Famoso por cierto escándalo.

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