sábado, 26 de noviembre de 2011

Parte X Profiles

PARTE X

Profiles[1]





“Para cazar moscas. El siguiente sistema será considerado satisfactorio cuando se trata de eliminar a las molestas moscas. Se derrite resina a la que se añade suficiente aceite de oliva, aceite de la lamparilla o grasa de cerdo para que, cuando esté fría, tenga la consistencia de la miel. Se extiende esa mezcla en caliente, en hojas de papel de escribir, que se colocan en los sitios convenientes. Pronto se llenarán de moscas, resultando más eficaces que los papeles mata-moscas que se venden por ahí. También sirve para cazar cucarachas y otros insectos.”

(Pucky Magazine - La lectura para todos. Año 1. No. 1. Buenos Aires, Agosto de 1921. Cada mes 20 centavos)










Probablemente haya sido en un tiempo uno de los hombres más ricos de Argentina. Demasiadas fábricas, harto campo (como dicen los chilenos), varias estancias. De repente, le gustó un gato que curtía con su hermano. Se la compró y se casaron. Ella lo contaba con orgullo y su hijo de ella no sabía dónde meterse. Él tenía cuatro del primer matrimonio, todos faloperos. Crió al hijastro como suyo, mejores colegios, todos los gustos. Cuando el muchacho cumplió 18 años recibió de regalo un auto cero kilómetro (en principio Mercedes Benz; luego trocado por un Peugeot a raíz de la puteada de la madre); cuando se recibió de ingeniero, una fábrica para él solo. El veterano hacía cosas de no creer. Por ejemplo, se bajaba del avión en silla de ruedas para que lo dejaran pasar sin revisar su equipaje. Se presentó a un programa de Neustadt (oblando, como debía ser) para hablar de un juicio que le había entablado al ministro de economía. Apareció nuevamente en silla de ruedas, pero ahora hablaba con dificultad porque tenía la boca torcida. En realidad, lo de la hemiplejía era fingido…


Mediados del secundario. Fuimos muy amigos hasta que me traicionó, vendiendo un rifle que le había prestado mientras me entretenía cuando se lo reclamaba. Hasta que, un día que lo fui a buscar, estaba ausente y pregunté al padre por el arma, me contó que lo había vendido. La primera vez que fui a la casa salió a recibirme un chico Dawn, pero inmediatamente salió mi entonces amigo. Sin que se lo preguntara, me dijo que era el hijo de la sirvienta. Bastante después me enteré que era su hermano menor…


Sesentón de alcurnia. Cuando se casó, la opa[2] que tenía la familia para cebar mate, le preguntó “¿ahora cómo le digo, señor o señorito?”. Él, condescendientemente, contestó “decime como siempre, señorito”…


Decía que como ya era viejo no necesitaba tener moral…


Habían ido a “Heaven”. Ambas con sus parejas. Tomaron una mesa en el VIP. Ella fue al baño. Se cruzó con un pendejo muy bello. Lo atracó y le dijo “esperame un momento”. Se fue al VIP y empezó a darle máquina a La Mole, para que se fuera y le dejara espacio para resolver lo del pendejo. Pero el otro, lleno de mandanga, ni se mosqueó. Dale que dale, cada vez más ofensiva. La Mole le dijo “pará que te voy a colocar”. Ella, como recurso último, se le fue al humo con un cigarrillo de punta. El cachetazo le partió un labio. Tirada culo para arriba, vio como los dos gorutas de seguridad no podían sujetarlo. Gritaba “sueltenmé, a mí nadie me echa, me voy cuando se me da la gana”…


La jefa era hermosa, de unos 40 años, para mis 20 una barbaridad de vieja. Pero su belleza estaba opacada por una amargura virada a maldad. Sonrisa aparentemente neutra, críptica, podría decirse. Yo acababa de recibirme de sociólogo y, como reconocimiento por una huelga el gremio me había conseguido el pase a tiempo completo por la mañana, como ordenanza. Cuando me presenté en la oficina, lo primero que le pregunté fue si tendría que usar uniforme. Me contestó que por supuesto. En realidad, hacía años que los ordenanzas no lo usaban. Con el tiempo me enteré que tenía un amante en la empresa y que, vaya a saber porqué, seguía con su marido. Comprobé que las mujeres con poder suelen ser más implacables…

El padrastro era fabulosamente rico. Cínico, sin escrúpulos de ninguna naturaleza. De todos modos, le bancó primaria y secundaria en colegio inglés, cosa que de acuerdo a su posición social era casi obligada. Difícil descular si le tenía alguna clase de afecto (claro que eso valía tanto para él como para cualquier otra persona). No es improbable que lo conmovieran más sus multipremiados perros de raza. El jovato arreglaba todo con guita, con esa especie de gozo sensual tan identificable en los de su calaña. Cuando se enteró que quería estudiar ingeniería, le dijo “no sé para que querés estudiar eso, en mi empresa compramos todos los ingenieros que se nos da la gana”…


La familia constaba de una señora viuda y su única hija. Buen pasar, departamento en barrio Norte. La niña había crecido lo suficiente como para recibir su merecido. Y un día de esos lo recibió. Todo bien. El novio era bien atendido en las visitas cada vez más frecuentes y la viuda se ilusionaba pensando en los nietos venideros. También pensaba que la suerte, en este aspecto, la había tratado bien. Cuando le comunicaron que Él se venía a vivir con ellas, hasta se puso contenta porque habría nuevamente un hombre en la casa. Al tiempo apareció una hermana con el correspondiente marido y los correspondientes hijos. Unos demonios. Una tarde de semana, temprano, regresaba del cine barato al que había asistido con una amiga, también viuda. No pudo abrir la puerta de entrada. Comprendió que la cerradura había sido cambiada. Se prendió al timbre, irritada. Minutos después, la voz de la hija le explicó que no podría entrar porque ya había demasiada gente. Le pidió a la amiga que le permitiera vivir en su casa…


Truchaba el recibo de sueldo (en ese entonces se confeccionaba a mano) porque se lo debía entregar íntegro a la mujer. Lo contaba como piolada. También que tenían una hija pero que no estaban casados…


Se había recibido de médica, en realidad porque en el secundario le había resultado fácil Anatomía pero no ejercía. En cuanto verificó que seria una vida sacrificada comprendió que no era para ella. No era fea sin llegar a deslumbrar, pero permanecía soltera. Se sentía cómoda en la casa paterna. Pocas responsabilidades y muchísimo vento. Era una de esas personas que no comprenden el significado de estas diez palabras: “todo lo que se pueda comprar con dinero es barato”. Por su comportamiento, se veía que confundía lealtad con respeto y gratitud con amor. Por eso tendía a colmar de regalos fastuosos a sus amigos mientras se cagaba en una tarde de shopping lo que le pagaba a una de sus empleadas por mes. Sus parámetros nacían y finalizaban en la plata. Que la tenía, y a su disposición para sacar la tarjeta de crédito de la cartera sin esfuerzo y gatillar en un solo pago. Se notaba que a los treinta había perdido todas las guerras y era infeliz…


Estaban enterrando a su esposa, muerta a raíz de una breve y cruel enfermedad a los 42 años. El esposo de su Directora Nacional (aquella que pedía un quince a los contratados dibujándolo en un papel que les extendía), y a quien no había visto más de una vez, se acercó al borde de la tumba, y le sugirió por lo bajo que llorara…


No sé si debido al hecho de ser hija única o a alguna conjunción astral especialmente adversa sucedida en el instante en que salía del vientre materno. La cuestión es que, sin lugar a dudas, su Ego opacaba (por no decir anulaba) a su súper-yo, que se convertía en un mero mini-yo. Por esa razón, largaba lo que se le venía a la mente sin intermediaciones. Al carecer del filtro con que toda psiquis (de la cultura de la Aldea Global al menos) cuenta, podía entregar un regalo de cumpleaños de dos pesos diciendo “a mí me parece un asco, pero a mi madre le gustó”…


Desde adolescente había pasado a lo que los ingleses llaman la calle de las reinas. Parece que la incidencia de esa característica entre los hombres de la familia era llamativamente alta. Culto, agudo, llamaba a su padre, ya fallecido, “el vómito negro”. Proclive a los excesos, pasó, si bien a lo largo del tiempo, de Tacuara a militante del ERP, de allí a novio de un militar jovencito. Desde Ibiza, escribía fogosas cartas a un amigo común, que admitía que les resultaban perturbadoras, pero que, de todos modos, cuando se refería a él decía “homosexual abyecto”. Abogado, contaba que en una entrevista para un alto puesto ejecutivo en Acindar, le dijo a su interlocutor y potencial jefe “no puedo aceptar, porque soy marxista-leninista”, a lo que el otro le contestó “no se aflija, amigo, yo también”. En el final de su vida, volvió a las fuentes fachas y ocupó un prominente puesto en el gobierno del General Antonio Domingo Bussi en Tucumán. En secreto, se comía a un teniente. Murió de sida…


Estaba sin laburo en una época complicada. Como estudiante avanzado de Sociología, había trabajado como encuestador algún que otro año. De modo que recurrí al entorno. Un entonces amigo me mandó a una empresa de investigación de mercado en la trabajaba una prima suya. Llegué, pedí hablar con la mina y le expliqué. Con su mejor sonrisa en la cara me dijo “Bárbaro” y me extendió una “Solicitud”. Completando la misma llegué a la pregunta ¿Cursa actualmente algún tipo de estudios?, abierta en sí-no, y que, en caso de respuesta afirmativa remitía al ¿Cuál? Frente a la duda, ya que estábamos bajo dictadura, llamé a la prima de mi amigo y le pregunté si consignaba “Sociología”. “Sí, no te hagas problema”. Cuando finalicé, le entregué la hoja. Se retiró con un “Ahora vuelvo”. Esperé. Luego de varios minutos pude reconocer su voz y escuchar, a través de la delgada pared divisoria que le decía a alguien “Qué pedazo de pelotudo, puso Sociología”… 


Tenía un local de ropa femenina muy fina, y muy cara, en Alvear y Parera. Apellido alemán con Von adelante. Educada en colegio católico top. Buena plata, heredada por vía materna y paterna. En rueda de amigos, se quejaba de sus empleadas, a las que llamaba cariñosamente “gatos” sin aclarar cuál de las acepciones usaba. Limitadísima. Auto refería todo. Abría la boca y ya se notaba que era un gigantesco prejuicio humano. Decía cosas como “familia de buena sangre”. Siempre midiendo a los otros a ver quien mea más lejos. Como el alacrán de la fábula, no podía ir en contra de su naturaleza. Careta, disfrutaba de fabular. Megalómana. Sin escrúpulos. Aún ante las ironías más fuertes, se hacía la boluda. Parece que tenía el don de no registrarlas. Campeona por tradición familiar del “de eso no se habla”…


Cuando entró en la oficina, pálida y agria, supimos que venía mal dormida y peor cogida (como siempre). Miró a Mary, la compañera más débil y le tiró al voleo “Vos, siempre papando moscas”. Pasó a otro y lo acusó por el retraso de los expedientes. Se sentó en su escritorio y repasó con la mirada a sus sometidos. Yo estaba con la sangre en el ojo porque me había cagado una promoción que significaba un miserable aumento, pero aumento al fin. Era Diciembre. Había que definir las vacaciones y la hija de puta las armó de la peor manera. Seguro que pensó como dañar más. Al tiempo la internaron por un ACV originado en una aneurisma, que la dejó apopléjica mal. Al sanatorio no faltó nadie. Todos queríamos disfrutar…


Excelente organizadora. Mucho más zorra que inteligente. Cagaba a cualquiera poniendo cara de nada. Le gustaba manipular, confundir y humillar. Usadora hábil, mentía con la naturalidad con que uno respira. Sentía un placer sensual en el ejercicio de su tarea político-administrativa en una embajada del primer mundo. Yo la llamaba la araña…


Había dirigido la construcción de un importante sanatorio del Gran Buenos Aires e hizo muy buena diferencia. Como le iba tan bien decidió invertir en un campo para criar vacas a unos ciento y pico kilómetros de la Capital. Estaba de socio con un cuñado. Despidieron a los caseros, y mientras buscaban el reemplazo, se turnaban los fines de semana con el marido de su hermana para no dejar solo el campo. Ya estaba separado y bastante amargado por esa razón. Lo encontraron con la cabeza destrozada por un “itakazo” a cincuenta metros de la vivienda. La policía dedujo que fue alguien conocido porque las puertas de la casa no estaban violentadas y en el interior todo estaba en orden. Cuando se lo conté a otro arquitecto conocido me dijo “eso lo hizo la mafia de la construcción”. Conociendo al asesinado y recordando que ocasionalmente se pasaba de vivo, supuse que había zarpado a alguno…


Muy importante industrial metalúrgico. Multimillonario en dólares. De toros con cocarda en la Rural de Palermo todos los años. Un amigo era propietario de una empresa de la misma rama, competencia muy leve, pues no daba ni lejos para una comparación. Encima estaba con problemas financieros serios. Casi desesperado, acudió al susodicho, que le propuso entrar en sociedad y le compró el 51% de las acciones. El multimillonario, una vez logrado el control de la compañía, se abocó metódicamente a llevarla a la quiebra. El rico-es-poco-decir y socio vio pasar el cuerpo de su antes amigo cuando se tiró por la ventana de un piso alto donde tenía sus oficinas, justo cuatro más arriba…


La señorita de edad avanzada entró en la oficina algo excitada. A diferencia de lo que acostumbraba, su nerviosismo no adoptaba la forma de queja. Esta vez se trataba de algo diferente. Hasta había dejado de renguear. Se la veía más ágil. Comenzó afirmando “no le doy más el asiento a nadie”. Frente a las miradas inquisitivas de sus compañeros, luego de una pausa, contó que en el subte subió un señor muy mayor y que le dio el asiento. Al desocuparse el lugar de al lado, retornó al que había ocupado anteriormente. El señor en cuestión era español y, según dijo, muy simpático. Y, “ahí viene cuando la matan”: trató de levantársela…


Sin duda alguna era un genio de la mecánica. Tenía un taller en Warnes donde recibía normalmente Maseratti, Ferrari, Lotus, Alfa Romeo, BMW, Rover y Mercedes Benz. Había construido su propio ultraliviano, y parece que bien, porque ganó un premio para esa categoría en Estados Unidos. Teníamos un contacto social bastante próximo porque nuestras esposas eran compañeras de trabajo. Compartíamos reuniones en las respectivas casas, asados en su quinta y otros pasatiempos propios de grupos de profesionales de clase media. Había estudiado en Ciencias Económicas pero abandonó y se dedicó a su pasión: la mecánica. Lo hacía con criterio científico y era muy requerido. Una de las veces que fui a donde trabajaba, me mostró, colgado en altura, el esqueleto de un avión japonés de la II Guerra Mundial, que estaba construyendo a partir de los planos originales. Ahora bien. Resulta que tuve que hacerle un cambio de aceite y filtro a mi auto. Paré en una estación de servicio y lo hicieron. Pero al ajustar el tapón del carter, arruinaron la rosca y quedó perdiendo aceite. Como la solución era simple, se lo llevé al genio. Cuando fui a pagar el arreglo, me rompió el culo. Se había olvidado de decirme que él cobraba la hora de trabajo una fortuna, se tratara de un transatlántico o un monopatín…


Como profesional, era competente. Cercano a la jubilación, decía que lo preocupaba el hecho de que, pese a haber sido consultor en muchos proyectos internacionales muy importantes, al aportar como mono-tributista, se jubilaría con el haber mínimo. Comíamos asado y surgió el tema sindical. Como muchos profesionales peronistas que conozco, padecía de una contradicción sustancial. Había estado bastante metido en el área de cultura de un gremio estatal contestatario pero no dejaba de admitir que el “sindicalismo oficialista de todo gobierno” del otro gremio estatal sabía cómo actuar, es decir, tenía claro que sobre todo hay que negociar. Resultaba difícil descifrar en qué lugar del amplio espectro de alternativas que presenta el peronismo se ubicaba en el hoy. Proveniente de una facultad confesional, pero necesariamente politizado por la carrera cursada, expresaba perfectamente a aquellos graduados que, conscientes de que el partido con más chances de gobernar era el peronista, simpatizaban o militaban en él de manera natural…


El pibe formaba parte de una familia tradicional de una provincia tradicionalísima, famosa por el estilo de personas bien que regala al mundo. Se encontraron caminando hacia la puerta de una de las primeras torres de Puerto Madero. Los dos iban a ver a sus novias, madre e hija. El pibe, al reconocerlo desde lejos, le guiñó un ojo, en señal de complicidad. Gesto comprensible porque al tiempo se casó con la heredera, de mucha guita, pero errado respecto del destinatario. Afortunadamente no tuvieron hijos. Botarate. Aprovechó todo lo que pudo mientras duró. Cuando se le acabó el curro, se le vino el mundo abajo. Pero se repuso, algo. Después de la experiencia, todos los trabajos le parecían poco. Como se movía entre gente de mosca a raíz de su tránsito por un colegio católico importante, no tardó ni dos meses en enganchar otra futura heredera. Muchos de sus amigos de la secundaria eran del Opus. Le comentó por mail a uno de ellos, abogado a la sazón de su ex en la separación en curso, que pensaba ir con su enamorada a la reunión que, con motivo de la ordenación de sacerdote de otro amigo, el destinatario organizaba en el country, añadiendo que de paso presentaba a su futura esposa. El otro contestó, también por mail. Le decía “Jesús murió en la cruz por vos ¿te parece que valió la pena?”. Él contestó “¿Por?”…


Impresionaba. Era una señorita de 64 años. Con pocos medios para el futuro. Acorralada por la soledad, pero aventándola ocasionalmente, como a las moscas, con humor. Otras veces, las más, hacía de la queja una plegaria, probablemente porque había estudiado con las monjas e, inconscientemente estaba convencida que eso contribuiría a la salvación de su alma. Venía de una familia ilustre (a escala de una ciudad entre pequeña y mediana de la provincia de Buenos Aires). Decía “gobierno militar” –toda una definición–. Como había pasado por Filosofía y Letras, era medianamente cultivada. Un día, le salió una frase bastante fuerte. Dijo que haría justicia con un soplete en la mano. En otra oportunidad entró a la oficina diciendo “gas mostaza”. En otra le escuché que cuando hablaba por teléfono contaba “te juro que le arrancaba los ojos con las manos”. Entender su lógica era complicado. Le comenté que tenía el DVD de “El Tambor”. Me dijo que había leído que en un reportaje que Günter Grass, el autor del libro en que se basa la película –terrible crítica al nazismo–, había confesado que de muy jovencito había pertenecido a las juventudes hitlerianas. “Bueno, el Papa también”, dije. “Ah, pero eso es distinto, el Papa fue consecuente, el otro se dio vuelta”…


De tapa. Familia de auto cada uno de los hijos. Estudiaba Letras y era, a juzgar por lo que observé las pocas veces en que compartí algún momento con ella y su novio, por lo menos, aguda. Su hermana menor, que salía conmigo, me contó cierto día, alarmada, que un ex de la diosa la encaró en la calle con su auto, aceleró y chocó el de ella justo entre las dos puertas. “Incomprensible, ¡que loco hijo de puta!, debía estar drogado”. No sabía que quien lo había iniciado y lo desafiaba a que fuera cada vez más lejos fue su hermana…


Pía. De comunión diaria y juicios de clase terminantes. Llevaba con naturalidad la impronta de la familia que la crió. Portaba la hipocresía como una virtud. Militantemente reaccionaria pero sin filiación política admitida. Confundía la diarrea verbal con la franqueza. Sólo primeras marcas en todo. Omnipotente es poco. Hacía gala de su ignorancia. Sin una gota de amor en el cuerpo. Estudiaba Derecho, y como para que las cosas quedaran claras de entrada, en cuanto conocía a una persona, hablaba despectivamente de los radicales: “Un partido de alpargatas”. Como si fuera poco, le calzaba justito lo que escribió Weber respecto de la burocracia, pero en ella aplicable de otro modo: arrogante hacia los de abajo y servil hacia los de arriba…


“Inrresponsable”, como decía mi amigo el albañil cordobés. La ex le decía “eyaculador precoz de las dos cabezas”. Me parece, como dice José, que sin lugar a dudas, el muchacho fracasó con todo éxito. Pero no se daba cuenta…


Casi no lo llegué a conocer en un plano personal porque lo visitaba en su empresa por negocios. Al parecer no le caí mal porque en cierta ocasión me invitó a una fiesta que ofrecía en su piso. Aparte de sus amistades, estaban allí algunos altos colaboradores. Como no era del palo, me entretuve observando. Cuando me retiré, había llegado a una conclusión. Ese señor se la pasaba comprando respeto. Claro, era poderoso en dinero. Pese a su astucia, no se daba cuenta de que sólo los más tontos se lo vendían. Los muchos otros le entregaban el paquete con otro contenido. A veces temor. A veces envidia, y las más adulación rastrera…


Creo que no estaba inscripto en la facultad. Junto a él y su pareja pasábamos horas charlando de política porque militábamos en la misma agrupación. A pesar que yo me aparté enseguida de esa orientación, seguimos frecuentándonos. Al tiempo lo encontré y fuimos a tomar un café. Me contó que trabajaba en un bar y era alcohólico, como el 90% de los gastronómicos y no estaba bien de ánimo. Se había separado. Por asociación espontánea comenzó a hablar de parejas que él conocía. “Fulano se peleó con su mujer. Al salir de la ducha ella lo puteó y salió rajando. La persiguió, en bolas, y en el ofuscamiento se vio en el pasillo. En bolas. Ella cerró la puerta con llave. Cuando Él pudo entrar, le dio un brote psicótico y le partió un brazo”…


Sería lo que se suele llamar “hombre de ventas” dentro de la especialidad de la publicidad gráfica. Su título de sociólogo le permitió vivir una interesante experiencia formando cooperativas de productores para el INTA[3] en una provincia del litoral. Despedido luego de unos pocos años a raíz de una reorganización originada en un cambio de gobierno, volvió a sus orígenes. Había estado casado con una psicóloga y la duración de su matrimonio coincidió, más o menos, con el período litoraleño. Vivía medianamente de los ingresos que le procuraban suplementos publicitarios especiales en algunos grandes diarios. Como las cosas no le iban mal, decidió expandirse. Alquiló una oficina espaciosa al borde de la City y, tomando prestada una idea de uno que no la podía instrumentar, se largó a imprimir una guía de números de fax para empresas. La entregaría con un disquete que haría posible su actualización anual. Invirtió todos sus ahorros y algo más en imprimir unos ochocientos ejemplares. Los tuvo que apilar en la oficina porque, cuando los iba a sacar a la calle, el correo electrónico ya suplantaba exitosamente al Fax…

Por entonces vendía diarios a los autos en el Obelisco. Me reconoció y lo reconocí. Conocido desde los tiempos de la facultad, nos cruzábamos de tanto en tanto por el Centro. Quedamos en encontrarnos a la hora que terminábamos de laburar, casualmente coincidente. Yo café, él ginebra en copa chica. Estábamos junto a la ventana, que tenía el vidrio levantado porque hacía bastante calor. Arrancó contándome de su última internación y de los tipos interesantes que había conocido. Uno, bastante consciente de su estado, se mandaba al Borda y pedía un electroshock como quien pide un simple de miga…


La soledad es mala consejera. Si tuviera que describirlo objetivamente, diría que no era mal tipo, bastante simple, y que sus mayores defectos eran 1) construir castillos de naipes (casi inevitable en una persona que se había pasado gran parte de su vida calculando a priori el porcentaje que cobraría si se le daban ciertas ventas, y 2) por lo general, mal trato hacia los demás. La conjunción de ambos permitía adivinar cómo le podía ir en los negocios. Ocasionalmente se ponía de novio, y al poco tiempo convivía, con señoras o señoritas no jóvenes, inclinadas a compartir techo por las mismas razones que él. Me atrevo a decir que con ninguna de ellas hubiera podido ganar el primer premio en el concurso del entusiasmo. Una de las últimas que le conocí, antes de que partiera hacia el extranjero para vivir otros fracasos, era una japonesita. Cuando me lo dijo, imaginé a una muñequita oriental apetecible. Nada de eso, era un japonés de fea. Eso sí, muy trabajadora…


Los milicos del Ejército Argentino tenían un dicho interesante: “Yo siempre tengo razón, y más cuando no la tengo”…


El muchacho siempre había sido antiperonista, como yo durante mucho tiempo, tenía buen feeling con los radicales. Sin laburo, acudió al caudillo radical de la Boca, que le tiró unos mangos y le consiguió conchabo. Se dedicaba a limpiar sentinas de los buques mercantes. Los llaman “raschines”. La tarea consiste en rascar la mugre pegoteada en las paredes de la sentina del barco, y como se debía llegar a lugares prácticamente inaccesibles, había que trabajar casi siempre agachado las diez horas. Pero salía con algo para gastar en el boliche…


Estábamos en una reunión con compañeros de la consultora, tomando unas copas en el departamento de uno de los dueños. En esas ocasiones, después de unos vasos se soltaba. Sorprendió a todos con la siguiente frase “es como el exabrupto del psicoanalizado cuando dice como si nada “cuando me ensarté a un gato”…


En la vereda conversaban dos señoras. Sin querer, al pasar junto a Ellas, le escuché a una decir “Marga tiene un supercáncer”…


Dura es poco. Manipuladora. Despotismo potenciado por la ignorancia. No perdía ocasión para enrostrar su dinero a quien tuviera enfrente. Cuando se separó del ricachón, quedó en muy buena posición, y en buenos términos con él. Un poco en joda y un poco en serio, él la había felicitado por la cantidad de guita que le sacó. Ella le contestó que en eso había tenido un buen maestro. Andaba siempre con una copa de champagne en la mano. Le gustaba la magnificencia y no permitía que la contradijeran. Aquel año, una amiga se encontraba en muy mala situación y compró un departamento para ella. Estaba situado en el edificio contiguo al suyo, en la avenida Quintana. Tiempo después tuvieron una agarrada no sé porqué. Le quitó el departamento…


Estábamos discutiendo profundísimos aportes teóricos a la Revolución planetaria en el departamento y el dueño de casa exponía su principal hallazgo. En uno de los momentos en que nos distendíamos con un café, la esposa dijo con naturalidad “me encanta abortar porque mi marido me cocina milanesas con papas fritas”…


Era ateo, pero cuando era muchacho se lamentaba porque Dios no le había dos pijitas en los ojos. Para impresionar a las minas, fijaba intensamente la vista en un farol de la calle, la mantenía fija hasta que se le irritaban los ojos. Entonces le confesaba a la chica que todas las noches lloraba por sí mismo. Una vez me llamó a la oficina para que tomáramos un café. Había enviudado recientemente y quería que habláramos del tema porque sabía que yo lo había sufrido antes. Al hablar de nuestras familias me contó que a su hija adoptiva le decía “yo te voy a mandar con mesura y vos me vas a obedecer con respeto”. Le contesté “que linda frase para un frontispicio”. No nos vimos…


Flaco como una saraca. Eléctrico. Lo conocí por casualidad en una fiesta de cumpleaños. Me dijeron que se presenta así: “mucho gusto, tengo Sida”…


Creo que para trabajar en la oficina de personal hay que tener mucho de perverso. Llamé para preguntar si corría (ascenso de nivel en el grado o al revés). El tipo me contestó con una voz que denotaba placer infinito “No, usted no está en condiciones”. En algún punto, los o las que dan la cara, disfrutan su minimísima cuota de poder humillando hasta donde pueden a sus propios compañeros. El apego a la normativa es en realidad la excusa. Cuando se juntan más de uno a comentar las acciones del día, el juicio final es un cuento de hadas…


Iba por la calle Tte. Gral Perón hacia Once. Al llegar a Callao, como estaba caliente como una pipa por una cagada que le habían hecho recientito, se mandó con luz en amarilla. Casi cruzando, un pibe en moto picó y se lo tragó en la parte trasera del auto. Moto y pibe a la mierda. Paró a mitad de cuadra y se acercó al pibe, que traía la moto de la mano. Por suerte estaba ileso. Le preguntó si le había pasado algo. “No, nada”. “Mirá, por la moto no te preocupes, mi seguro te paga todo”. Y le pasó al pibe la tarjeta del seguro. A todo esto, se juntaban más curiosos. Un pelirrojo dice “Pero como vás a pasar en rojo”. “Entré en amarillo, pero, por suerte no pasó nada”. Una mujer de mediana edad empezó a los gritos “el hijo de puta ni paró”. Otro espectador le acotó “pero qué dice, si el hombre está acá”. El desafortunado seguía increpado por el que lo acusaba de haber pasado con luz roja. “Yo te salgo de testigo, vivo acá nomás”. La aludida seguía gritando “Lo que pasa es que acá no hay hombres que lo caguen a patadas, no tienen huevos”, y se agarraba la entrepierna. El del auto le decía al pibe “no se preocupés, esto lo arreglamos”. La mina seguía a los gritos pidiendo que lo cagaran a piñas para que aprenda. El colo le contestó a la mujer “¿Qué querés, que lo matemos?”. El pibe, con el carnet del seguro en la mano, después de revisar la moto dijo “Bueno Don, deme cien pesos y listo”. El colorado le dice al pibe “pero no, ¿cómo le pedís nada más que cien mangos?, yo te salgo de testigo, vivo acá nomás”. El del auto sacó cien pesos del bolsillo y se los dio al pibe, que los guardó prontamente. Cuando el automovilista se fue, seguían comentando la película la mujer (a los gritos), el pelirrojo y el que había dicho que el hombre se había hecho responsable…


Como archimillonario que se precie era bastante extrovertido respecto de su fortuna. Trataba a todos como si fueran sus empleados, hecho que no le permitía cosechar simpatías precisamente. Por supuesto que le importaba un huevo. Las comidas que organizaba su esposa eran famosas en su círculo. En la de esa noche, estaban presentes, aparte de políticos, militares y curas, (con sus respectivas mujeres), su hijastro y la señora, que eran, sin ser unos tirados, profesionales de buen pasar. Antes de sentarse a comer estaban todos en el amplio living, ese que tenía tapizadas las paredes con Van Goghs, Gaugins y Manets, así como un enorme Castagnino en el que predominaban los ocres. Sillas antiguas, seguramente piezas únicas. La bebida para esa etapa era el vodka, que corría generosamente. El dueño de casa se acercó con un bols de cristal enorme, con hielo en el fondo. Contenía caviar ruso. El mayordomo colocó una bandeja con blines[4] en una mesita en la que había cucharitas de plata para cada uno de los comensales. Entonces les dijo a su hijastro y su mujer “coman, que lo pagué más de lo que ustedes van a ganar trabajando en toda la vida”…


Él era un joven y brillante cirujano. Se había casado con la única hija de un réquetemillonario, que le abrió las puertas de muchos lugares y contribuyó a su ascendente carrera. El tordo seguía al pié de la letra el famoso adagio de los facultativos argentinos “vivir y dejar vivir”. A poco de andar el matrimonio entró en crisis terminal. No sé si ese fue el origen de la adicción al alcohol de Ella o le venía de antes. La cosa es que varias veces se quiso tirar por la ventana y llamaba desesperada a su mejor amiga, que debía pasar la noche tratando de sustraerla a su pulsión de muerte. En una de las agarradas con el marido, le contó que Él, en un intento para zafar, se encerró con llave en el dormitorio. Ella estaba tan sacada que prendía fuego a hojas de diario y se las pasaba por debajo de la puerta…


El gordo, hoy gordísimo era radical, devoto cristiano y chanta. Gracias a una circunstancia fortuita se hizo cargo de la Junta Interna de ATE del Organismo. Se presentaba como abogado y había aprobado dos materias de primer año. El vocabulario lo conocía porque su lugar de asiento era el Departamento de Asuntos Jurídicos. Se desató un conflicto en el que las discusiones técnicas eran una excusa para hostigar al gobierno. Para peor, la Junta surgida de la última elección era un bonito ramillete de: un radical (el gordo), algunas militantes del grupo de Pino, troskos variopintos y oportunistas. El gordo solía nombrar permanentemente a un abogado que había sido director en el Ministerio de Economía. Él era su secretario y hasta donde parecía, era su más importante referente. Cada vez que encontraba la oportunidad, lo citaba. Un día, saliendo yo del subte, me encuentro con el mencionado boga. Como sabía que lo habían operado del cuore, le pregunté como estaba. “Bien, es decir todavía tirando”. “¿Sabés que estoy siempre con el gordo que fue secretario tuyo en el Ministerio?”. “Ese gordo hijo de puta que me denunció cuando lo llamaron a declarar por la cama que me hicieron. Ojalá reviente”…


Llegaba del trabajo y el encargado le dijo que una pareja había preguntado por él, agregando “Quedaron en volver más tarde”. Al rato atendió el portero eléctrico y resultó ser el hermano menor de un amigo con su mujer. “Siéntense, ¿qué puedo hacer por ustedes? “Bueno, mi madre me contó que tenés un alto cargo en el Ministerio”. “Para nada, pero contame”. “Como sabés, vivimos en esa ciudad turística del Sur. Mi contador, ligado al partido de gobierno, obtuvo, hace un año, un subsidio para la ONG que dirige”. Según contó, la contribución no es nada desdeñable y como el contador era medio amigo, le aconsejó que armara una y solicitara el subsidio, que él se encargaba. Eligió como objetivo principal la asistencia a enfermos de SIDA, que siempre vende. “Los contactos del contador en el Ministerio de Desarrollo Social se movieron y al tiempo me notificaron para que viniera a cobrar el subsidio a Buenos Aires. El arreglo había sido fifti-fifti (50 y 50). Viajamos. En una oficina me entregaron el cheque y gentilmente me hicieron acompañar al Banco por una persona de sexo masculino y pinta de bravo. En la cola, el supuesto guardaespaldas me confió que, como andaban con un problema financiero, el arreglo se modificaba y mi parte del cheque era de un décimo de lo que constaba. Y que en un tiempo se me reintegraría el resto. Ante la duda, abstente. No cobré y te vine a ver para que me aconsejes”. “Bien, creo que te metiste con la mafia y con la mafia no se jode”. Unos minutos más tarde el funcionario ministerial les dijo “Mirá, lo único que se me ocurre es que, como en dos meses asume el nuevo gobierno –de distinto signo–, lo dejes stand by a ver qué pasa”. Se saludaron y no los volvió a ver. Por su amigo, el hermano mayor supo que estaban viviendo en una Villa (miseria) del Gran Buenos Aires gracias al capital social acumulado (su hija era pareja de un villero). Si no fuera por sus contactos, estarían hace tiempo en el fondo de un zanjón…


Mala bebida es poco. Cada vez que lo encontraba le descubría una nueva cicatriz. Como él le había hecho un favor importante a su hijo no cesaba de contarlo a quien pudiera escucharlo. Cuando se cruzaban en un boliche o un casamiento, estaba invariablemente con un pedo interesante y recurría al clásico “¡cómo te quiero, macho!”. Su hijo había tenido cáncer de chico y zafó perfecto. Sin embargo, en el casamiento del muchacho, el borracho le dijo que estaba muy triste porque no le daría nietos. El hijo se casó y tiene un hermoso bebé…


En aquellos tiempos era mona. Había cameleado a un viejo al que sacó departamento y auto, aparte de un bar, que fundió al poco tiempo porque se la pasaba en curda. Colocaba tragos en distintos lugares del local, para no estar siempre con el vaso en la mano. Un día le fue al veterano con que estaba embarazada. Él le contestó “mío no puede ser, hace años que me hice la vasectomía”. En una de las discusiones que enternecían la relación, el jovato le dijo “vos no te podés casar con nadie”. Para probarle su error, Ella se casó a la semana con el primer boludo que se puso a tiro. Seis meses. Peso que le sacaba a ella, iba a parar a la timba…


Tenía la sensibilidad de una tortuga y la agudeza de un palo de amasar. Geóloga vaya a saber porqué. Laburo en la Administración Central, en el Servicio Geológico Minero Argentino. En la vida social, inenarrable. Para pasar por inteligente decía boludeces. Por ejemplo: alguien estaba contando algo que había leído sobre el comienzo de la invasión de los bárbaros a Roma con cierto detalle. Ella preguntó “¿a qué hora fue?”. Ejercía una moderada presión sobre su marido empresario para que hiciera más plata. A Él esto último no le disgustaba, pues oficiaba de estímulo, dentro de ciertos límites. Sin embargo, como le rompía los huevos en otros muchos terrenos, practicaba una solución compensatoria: le metía los cuernos. Ella lo sabía. Pero también sabía que nunca llegaría a la separación. Por los tres pibes. El acuerdo tácito era más o menos así: “hacé la plata que yo la reviento, me quejo por todo y te hostigo”. Él aportaba “es lo que hay”…


Era persona súper-influyente del menemato. Cuando la nombraron Ministra de Medio Ambiente, el Viejo Vizcacha rico se le acercó, a través de conocidos comunes, con sanas intenciones. Negocios son negocios. Durante el apogeo del poder de que gozó la susodicha, el quía se acordaba de todos sus cumpleaños. Sus presentes eran de los más personales: un brazalete de brillantes; una caja gigante de Lion D´Or con una tarjeta que le deseaba un feliz día y le advertía que entre los bombones encontraría barritas de oro…


Viajaba en subte hacia el laburo. Íbamos amontonados como bosta de cojudo y no pude evitar oír la conversación de dos hombres pegados a mí. “¿Y fulano?”, “Bien, decidió mudarse al campo y vive feliz, se las rebusca con la caza y la pesca, pero está muy contento por el estrecho contacto con la naturaleza”. “Claro”, le contestó el otro, “hasta que se le enferma un hijo y se le muere”…


El verdugueo constante a que sometía a su marido era llamativo, y motivo de comentarios en su presencia y ausencia. En joda, le decían a la víctima fulano-pelotudo, imitando a la dulce consorte. La sobremesa estaba amable y reían de las ocurrencias generadas, ya en uno, ya en otro, por el vino abundante. En cierto momento, la mencionada al comienzo le escupe al torturable “andá al baño, sacate los dientes y lavalos, en vez de escarbártelos delante de todos en la mesa”…


La reunión era en un palacete de Barrio Parque. Acompañaba a un amigo cadetorio del Colegio Militar en aquella época en que consideraba que lo exclusivo era lo mejor y estaba deslumbrado por los apellidos patricios. Recuerda que los jóvenes no eran muchos y que entre las adolescentes pares no había ninguna especialmente agraciada. No posee ningún registro especial sobre la música. Luego de ser presentado a los dueños de casa, pasó con su amigo a la amplia sala adornada con varios cuadros de famosos impresionistas y, ante el mobiliario nutrido de piezas clásicas. A la distancia, reconoció que si le sucediera hoy pensaría que sentarse en alguno de esos sillones Luis XV auténticos resultaba (para outsiders de clase como él) una especie de herejía. Se acercaron a un grupo de señoritas, entre las que estaba una prima del amigo y, luego de las presentaciones, charlaron brevemente. Hizo lo que se esperaba hiciera, invitó a bailar a la prima. La conversación giró en torno a los lugares comunes de ella: campo, apellidos (dobles o triples), viajes realizados o planeados y otras referencias biográficas. Se notaba que su abuelo paterno ocupaba, aun después de muerto, el sitial del patriarca. En cierto momento contó que el viejo tenía en el campo un peoncito cuya tarea era ayudarlo a que se sacara las botas. La operación, que le resultaba graciosísima, consistía en que el niño se montara a cada pierna dando la espalda al venerado. Hecho lo cual, recibía un fuerte empujón en el culo…


El padre de un amigo era médico y pasábamos ratos hablando con él. Entre los memorables consejos que nos daba figura el siguiente: “tienen que ir por las feas, porque las lindas no cogen”…


El tío andaba con otra y la mujer lo hizo seguir por un detective privado. Una noche, cuando llegó del trabajo, le esposa lo llamó desde el dormitorio. Entró y sobre la cama, estaban desplegadas un montón de fotos donde Él aparecía con su amante. Se acercó, las miró detenidamente, y le dijo “haceme dos de ésta, tres de aquella, dos de ésta y cuatro de ésta”…


Tanta riqueza que ya no le daba importancia. Estaba en condiciones de comprar todo lo que estuviera a la venta. Cinco By Pass y costurón en el pecho, feo, desde el ombligo al esternón. Que usaba convenientemente cuando la situación lo exigía. Fumaba cuatro atados de fasos turcos por día. Los colegas empresarios de la Cámara lo respetaban por lo jodido. Había mandado a la lona a más de uno. Pero siempre con métodos sucios no penalmente atacables. Cornudo conciente y corneador habilitado. Llevaba los excesos al límite y disfrutaba el contarlos. Quiso pasar a un pichón de garca en pleno furor hacia la cima. Por suerte no tuvo suerte, pero el pichón le puso un tiro en una rodilla y agregó a sus achaques una renguera de por vida…


El hijo de ese notable empresario de la construcción no era precisamente lo que llamaríamos inteligente. El padre había acumulado una gran fortuna gracias a su condición de contratista del Estado porque no era tonto y sabía qué resortes tocar. El hijo se enamoró de una joven y linda escribana compañera en el Club de Polo. Ella era hija del propietario de una mega-escribanía del centro. Todos felices. Él sentía la necesidad de sobresalir como business man para emular a su padre. Abrió, con un amigo socio, un local de artículos deportivos en Paraná y Santa Fe. Todo importado. Última tecnología, stock variadísimo. Montarlo, los cuatro huevos de los socios. Vecino al local, había un salón enorme, recién construido y vacío. Lo alquilaron para la fiesta de inauguración. Quinientas personas. Las cosas no salieron como lo habían imaginado. Al poco tiempo se fueron a pique. El socio tenía mucha guita propia y bancó los primeros malos tiempos, a cuenta. Finalmente llegó el “no va más” y rompieron la amistad porque Él no quiso reconocer su deuda para con su ex socio…


En oportunidad de viajar a uno de los congresos del International Council for Canadian Studies en Toronto, debí hacer escala en San Pablo para empalmar otro vuelo. Casualmente, en la cola para tomar el avión que me llevaría a destino, estaban mi colega de funciones, la Presidenta de la Asociación Brasilera de Estudios Canadienses y su esposo, a la sazón Cónsul Honorario de Canadá en Salvador de Bahía. Ella era profesora de francés (y, obviamente, afrancesada). Pequeña, movediza y parlanchina, contrastaba con el marido, corpulento, bastante gordo y, al menos aparentemente, tímido y sumiso. Cuando llegamos a Toronto y estábamos registrándonos en el Marriott, él le preguntó algo en brasilero (no digo portugués porque respeto la preferencia que he advertido en los brasileros). Ella saltó como leche hervida y le espetó con voz chillona “en este lugar no debes hablar en ese idioma”…


Hace ya bastantes años, se inauguró en una localidad serrana un Centro Cultural al que se decidió denominar Ernesto Sábato, en honor de nuestro conocido literato. El hecho constituyó un resonante evento, máxime porque tuvo lugar fuera de temporada. Asistieron, además de los consabidos representantes de las fuerzas vivas y autoridades locales, casi todos los que se consideraban de algún modo intelectuales. Entre estos últimos militaba una maestra cuyo hijo tenía una emisora radial bastante popular entre los adolescentes porque pasaba buena música. La maestra despertaba dos impulsos alternativos: la tentación de ponerle un bozal (poco delicado) o salir disparando. Con asombrosa porfía, salía al aire para recurrir a cuanta gansada pueda existir, o entrevistar a gente conocida de buena voluntad. Se consideraba poetiza. Entusiasta impulsora del proyecto comentado, se ganó un lugar en el comité de recepción y, a los codazos, se las arregló para conversar con Sábato antes del comienzo del acto. Parece que en los breves minutos que hablaron le comentó que ella también hacía poesía. Dicen testigos que él le contestó “cuanto lo lamento”…


Neurólogo de profesión. Dominaba varios idiomas y estaba bastante “López”. Ocultaba mal su pertenencia al credo nazi. Recordaba a su ocasional interlocutor que su padre había sido alto funcionario del régimen colaboracionista croata de Ante Pavelich y procuraba que infiriera que era noble de cuna afirmando que su madre era burguesa. Sus temas preferidos eran la aristocracia de sangre europea y el nazismo, en ese orden. En ambos casos, su originalidad sorprendía. Para citar sólo un ejemplo, explicaba la caída del Imperio Ruso a partir de la disminución del número de oficiales de sus ejércitos. Luego de aclarar que, por supuesto, los mandos de las fuerzas armadas pertenecían a la nobleza, observaba que los mismos, pese a sus conocidos excesos en el juego, la bebida y las mujeres, eran famosos por su arrojo y valentía. Razones, estas últimas, que determinaban que, al marchar en el combate al frente de sus tropas, cayeran como moscas. Añadía que ante esta tragedia, el Imperio debió recurrir a oficiales extraños, como los lituanos. En el segundo tópico, luego de señalar que llegó al país a los diez años con sus padres y otros tantos perseguidos políticos de la inmediata posguerra –verdadera élite intelectual de la época según sus propias palabras–, solía definir al nazismo como un nacionalismo popular y a Hitler sólo como un gran conductor de masas. Como frecuentaba a ex oficiales SS asentados en la localidad de San Huberto[5], no podía dejar de comentar sus preclaras reflexiones. Una vez dijo que lo había impresionado la lucidez de un disertante, que al referirse al conocimiento, afirmó que la masa de inteligencia que poseía el mundo era de una magnitud invariable en el tiempo. Y que la misma se repartía, naturalmente, de forma desigual. La mayor parte la disponía la aristocracia y lo residual, la gente común…


Considero que la frase que Jean Paul Sartre pone en boca de Garcin, el recordado personaje de “A puerta cerrada” –El infierno son los otros– constituye una de las lucecitas más importantes que me dio la literatura. La sostengo hoy con la misma convicción que en aquellos momentos en que intentaba guiarme por el Existencialismo allá por los ´60…



[1]. Perfiles.

[2]. Era muy bien que las familias de cierta posición tuvieran una criada Down para tareas menores. Se consideraba una obra de caridad cristiana y buen corazón.

[3]. Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.

[4]. Pequeños trozos de masa muy delgada. Especialidad de la gastronomía rusa.

[5]. Zona del Valle de Traslasierra, cercana a Nono, en el Suroeste de Córdoba.

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