PARTE VII
De veranos
(pensó, sintió, dijo o le dijeron)
“…Ella se echó a reír. Luego, ambos siguieron comiendo en silencio, como extraños; pero después de comer pasearon juntos y pronto empezó entre ellos la conversación ligera y burlona de dos personas que se sienten libres y satisfechas, a quienes no importa ni lo que van a hablar ni hacia dónde han de dirigirse. Pasearon y hablaron de la luz tan rara que había sobre el mar; el agua era de un suave tono malva oscuro y la luna extendía sobre ella una estela dorada. Hablaron del bochorno que hacía después de un día de calor…”
(La dama del perrito, Anton Chejov)
Así como el inglés es mi segundo idioma, Mina Clavero es mi segundo barrio. No puedo decir mi pueblo, porque ni nací ni viví permanentemente allí, pero como yo, mi madre pasaba en ese lugar las vacaciones siendo soltera. Ahora vienen mis nietos.
“Cuenta la leyenda del amor entre Milacnavira y Panahoma y la huída del Cuzco, ya que dicho romance no era consentido por el jefe Inca “Wiracocha”, tío de Panaholma, no así por “Hancohuallu” Jefe indio, Rey de los Chancas, padre de Milacnavira, quien parte con ellos para poder hacer su propio reinado. Huyen también algunos matrimonios amigos, como Salsacate y Taninga, Pachango y Mogigasta, Musi y Ambulo[1], entre otros…viajan estas personas cultas y hasta con algunos lujos[2]”…El jefe Inca, engañado por su adivino Quilcas, quien ama en secreto a Panaholma decide no perseguirlos. Quilcas sale tras ella y le hace creer que el jefe Inca matará a Milacnavira. Continúan la huída y construyen una “Pucara” fortaleza para hacer la guerra a quienes vinieran a buscarlos. Panaholma se siente cansada y levanta su “huasi” casa donde hoy está el Pueblo de Panaholma. Le regala un hacha de oro a Milacnavira para que continúe solo, llegue a las Sierras Grandes y cale las cuevas para esconder sus pertenencias y hacer su casa como emergiendo de la montaña. Milacnavira parte rumbo hacia un pico tan alto que divide en “qui” dos las aguas cuando llueve, que en cascadas entre quebradas, hacia el este y el oeste, bajan sobre las “champaj” (champas). Hoy Cerro Champaquí. Quilcas se apodera de unas trenzas del cabello de Panaholma atadas con hilos de oro y parte hacia donde fue Milacnavira. Encuentra un cadáver de un hombre no identificable. Le entrega acongojado las trenzas a Milacnavira y en cambio le pide prestada su hacha. Quilcas lleva el cuerpo del muerto, colocando en los dedos el hacha para hacer creer que es el cuerpo de Milacnavira. Panaholma derrama un río de lágrimas que forman el Río Panaholma, y siguen corriendo como atraídas, para unirse a las lágrimas de Milacnavira, a quien le tiembla el alma al pensar a su amada muerta. Sus ojos transformados en vertientes forman el cauce del Río Mina Clavero. Más abajo se produce el encuentro de los dos ríos. Como fruto de ese amor nace una niña a quien dan el nombre de Chutunza. Milacnavira parte hacia las “apachetas”, montaña, en busca de piedras preciosas, mientras Panaholma sale de caza con su hijita en brazos. Le arroja su flecha al puma, sin saber que Quilcas, que también anda tras esa pareja felina, nota el movimiento y confundiéndola con el puma oculto, tira su flecha y da en el bulto. Huye asustado. Sabe que Milacnavira conoce sus flechas. Lo encuentra y le explica que para salvar a Panaholma de una serpiente, tiró su flecha, que rebotó en una piedra y se incrustó en ella. Quilcas sigue huyendo hasta ser alcanzado por el león furioso, quien venga la muerte de su compañera. Cuando Milacnavira regresa encuentra a su amada muerta, deja a su hijita en manos de Hacza, quien mora donde hoy es Nono, lugar al que se dio este nombre por los senos de Panaholma cubiertos de las piedras preciosas de Milacnavira…
Gracias a mi primero inercial y luego elegida estadía en Mina, cuento con viejos conocidos y buenos amigos cuyas familias fueron fundadoras en el Valle. Grabé a Adolfo Rotelli Chamás y a Nelson Moyano. Lo que sigue es parte de esos momentos de emociones compartidas. “Mi abuelo don Augusto Chamás era de familia sirio-libanesa. De profesión químico. Puso una fábrica de alfajores (en Córdoba Capital), con la cual hizo una fortuna. Llegó a tener sucursales en Buenos Aires. Vino a Mina Clavero porque se enteró que las aguas del río Mina Clavero eran curativas…En aquella época, los argentinos mirábamos mucho a Europa, copiábamos de lo que era europeo, y sobre todo a Francia, donde había lugares donde la gente acomodada iba a tomar agua…hosterías con galerías con bebederos y vasos de cristal. Viendo eso, mi abuelo se compró una propiedad, aquí, pegada al río, que tenía 77 hectáreas. En aquel momento Mina Clavero prácticamente no existía, cuando mi abuelo compra esto. Él compró con la idea de envasar el agua y venderla como agua mineral. Estamos hablando del 1800 y pico…Primero analizó él mismo el agua y después la llevó a Córdoba a un laboratorio del gobierno. El resultado fue que el agua contiene muchos minerales, pero también algunas partículas, algas o algo que hace que el agua, a los 60 días, se empieza a descomponer. Ya había comprado. Se había hecho dos casas, una para él y otra para el personal de servicio. Tenía su mujer y 11 hijos. La más chica era mi madre. Cuando yo tenía 7 años, en 1947, conocí Mina Clavero y el Nido de Águilas. Mi padre enloqueció y, una vez fallecido mi abuelo, le compró toda la propiedad a sus cuñados con un crédito del Banco…Hay una calle, la Avenida Chamás, que no sé porqué le habrán puesto avenida, que lleva el nombre de mi abuelo”…
Nelson empezó su relato situándose a principios del siglo veinte. “Mi abuelo vino acá más o menos en el año diez y compra lo que sería el Hotel Romero. Se instaló y puso una especie de almacén, una despensa…Cuando vio que el río crecía así, por tres o cuatro días y no se podía cruzar el vado, porque no había ni vado, y claro, era un cruce natural, sobre la arena, para los carros y todas esas cosas, decidió hacer unas habitaciones. Tan es así que cuando volteamos el hotel, en el año setenta y pico, levantamos las chapas de zinc y todavía estaban los techos hechos por él, de madera y el aislante era de paja brava, pero eran unas piezas calientes en invierno y frías en verano…Ahora, en Nono está la casa de mi bisabuelo materno. La hizo, a ver, debe tener como 300 años, exactamente 270… Genaro Funes, que viene de Salta…Compra una propiedad…allá por lo que hoy es “Lo de Lucio”. Era una estancia y llegaba hasta el otro lado, pasando el río Grande (hacia el norte). Eso se llamaba el Bajo de Nono. Ahí estuvo viviendo mi bisabuelo, trece hijos, y yo desciendo de la hija mayor, que era mi abuela, que fue la que después lo conoce a Romero, mi abuelo. Se ponen de novios y se casan. Y se vienen a vivir acá. Así es como viene mi abuela a vivir a Mina Clavero”…
Mis padres compraron el chalet a comienzos de los 50. En la infancia, llegábamos después de Reyes y regresábamos a Buenos Aires para el comienzo de las clases. Primaria y secundaria. Salvo alguna interrupción pasajera debida a la necesidad de otros paisajes y países me conservé fiel a esas raíces. Durante los primeros años, hasta bien entrada la adolescencia, supongo que nuestra diversión fue la alegría de mi madre. Mi padre nos llevaba y después aparecía esporádicamente. Allí aprendí a nadar y a cabalgar. Las cabalgatas de entonces eran de cuatro horas. Llegábamos a algún “paseo”, dejábamos descansar a los caballos y volvíamos, siempre sintiéndonos cowboys. De paso, parábamos en algún maizal para recoger choclos. El chalecito, construido para turistas, no era ninguna maravilla, pero ofrecía todo lo imprescindible. Con los años lo fui mejorando notablemente…
Eran los primeros intentos con el baile de varios de los del grupo, a poco de superar la pubertad. Uno de los chicos comentó que no entendía a las mujeres “les hablo de hidráulica y se aburren”…
Estábamos por los catorce años. Se nos ocurrió ir al “nacimiento del río”. Contratamos un baqueano, que trajo los caballos. Ella era una rubiecita linda como el agua casi caliente cuando se está cagado de frío. Seríamos seis, entre varones y mujeres. A las tres horas de camino, en plena sierra, el baqueano nos dijo que iba a un puesto a buscar un chivo para asar abajo. Nos quedamos esperando. Por joder, empecé a contar que ese lugar estaba “infestado” de pumas. La rubiecita, montada en su animal, sacó un cortaplumas de una sola hoja bien cortita. Le dije “¿qué pensás hacerle al puma, cosquillas?”. “No es para el puma, es para mí”…
Nuestras aventuras nocturnas en ese tiempo eran modestísimas. Cursábamos la temprana adolescencia y comparando a los actuales, por lo menos nosotros los varones, éramos más boludos que un pollo. Salíamos del baile en un grupo relativamente numeroso. Quince caripelas, algo más algo menos, según el día. Tipo dos o tres de la mañana. Aunque Mina Clavero estaba entonces mucho menos poblado, algunas cuadras alrededor de las principales calles contaban con chalecitos de clase media para turistas, en su mayoría de provincia. Las recorríamos lentamente y, con toda la voz que nos saliera, cantábamos a coro “Perdón si te molesto con esta serenata, perdón si te molesto, perdón, perdón, perdón”. Nos retorcíamos de risa y recomenzábamos…
Eran años a puro folklore. También en Buenos Aires, donde abundaban las Peñas. Más tarde acá se desvaneció, no así en provincia, donde el arte sencillo del pueblo no cesa de expresarse. En Mina, además de las visitas de conjuntos famosos, había otras opciones, no menos atractivas, Entre esos programas recuerdo con gran placer un lugar que se llamaba “Luz de vela y vino”, antigua tapera situada al costado del puente alto, iluminada de acuerdo a su nombre, guitarra y voces de los que se le animaban, piso de tierra y damajuanas. Constituyó un acierto para los organizadores y los amigos consecuentes, ya que la noche y el vino enseñan a sentir sin pensar…
Como he mencionado, muchas de mis primeras experiencias tuvieron lugar aquí. Además de las citadas, la iniciación sexual por la propia…
Después del asado se fueron a un camino de tierra, bien adentro en las sierras. Dos botellas de vino por pareja y la radio del auto mejor a todo lo que da. Se dispersaron por los yuyos, a prudente distancia de los focos prendidos. Calor y luna llena. Cuando casi amanecía, los empezaron a llamar a gritos. Él contestó (imitando la tonada cordobesa) “di acá no nos sacan ni con licóptero”…
Usaba el Fiat 1500 del padre y era buenísimo conductor. A la noche, nos metíamos con las novias de temporada en el auto y nos íbamos lejos. A él le gustaba darle rosca, pata al fondo. A nosotros también. Fierro a morir por el camino de cornisa. Le gustaba preguntar gritando “¿Montaña o precipicio”? y todos estallábamos en una sola carcajada…
Todavía hoy nos juntamos a tomar el café o la coca con fernet a distintas horas para charlar con los amigos. Exactamente como en el barrio verdadero. “Mina” es, como suelen ser todos los barrios, un lugar pródigo en personajes y situaciones.
La mesa era de lujo. Sentados a ella, varias de las primeras espadas del “Vicio”. Uno de ellos dijo, con esa tonada serrana: “Ante la duda, la más grande”. Estaban jugando al dominó…
De pésima bebida. Delgado puro músculo. Peleador de piña demoledora. Le prohibieron la entrada al Serpentario –templo de la timba de la banda Sur–. Pintor de brocha gorda, jardinero, albañil, casi plomero, mozo del bar del casino y como decía, campeón del humor minaclaverense (del cordobés, no). Máquina de inventar términos y comentarios desopilantes como “David Copperfield al lado mío es un yuyo”. Mujeriego empedernido especializado en “siervas” de las turistas, pues estas le estaban vedadas. Más de una vez “pata ´e lana”. Separaciones entrecortadas con la madre de sus hijos. Apadrinado por uno de los caudillos políticos de la zona. Mala prensa, como mínimo, porque se sentaba a la mesa de jugadores de medios mucho mayores que él y se metía en deudas que había que honrar a como diera lugar. Contó que en un asado, todos muy en pedo, terminó en la cama con el puto y otro. Como la cosa venía de “más de dos”, tuvieron que juntar dos camas de una plaza. En el entusiasmo, cuando se acomodaban para el “trencito”, las camitas se separaron y el marica se fue de jeta al suelo…
Ingeniero civil por mandato materno. De familia radical y él mismo radical. Antes de radicarse en Mina había sido propietario de dos piringundines en la calle 25 de Mayo de Buenos Aires, aguantadero para maningotes de buques extranjeros y de putas de nula calidad (tal como se refiere en otro pasaje). Excesivamente simpático. Solidario reo, con la impronta del barrio y la noche porteños. Conocía todos los recovecos del pueblo. Popular por derecho propio. Libre a su manera. Periodista radial y funcionario público por acomodo, decía al respecto “Yo soy rallador de queso… siempre por encima de los ñoquis”. Timbero perpetuo en el serpentario, solía aleccionar con el “achicarse en la pérdida y agrandarse en la ganancia”. Otra de sus célebres salidas se refería a la pareja: “no soy casado, ni separado, ni divorciado ni viudo: Estado civil: confuso”. Vivió cuanto pudo, es decir, presumo que casi todo. Terminó con un enfisema y respirador portátil a cuestas…
Había sido mudita hasta los 15 años. Sus primeras palabras fueron “mama, me gusta culiá”…
En la Radio María –de gran alcance en todo el país–, tempranito, hay un simpático programa donde se rememoran aspectos del pasado chico nuestro, como historia de la radiofonía; programación de los años cuarenta y cincuenta; actrices y actores; sonidistas; propagandas, etc. Hace poco escuché unas referencias a furcios de locutores. Aquí van dos: 1)…en el barrio Alberti de Córdoba se encontró el cadáver de una mujer muerta; 2)…la muerta puede disfrutarse en el Museo de Bellas Artes todos los días menos lunes, de 10 a 19 hs. (muestra)…
El 19-12-2009, en Radio Traslasierra, uno de los locutores anunció una grave noticia. “El Piti Álvarez ha sufrido una descompensación peneana. Al parecer se dio con un cóctel de Viagra; merca; pastillas de las otras, y varias porquerías más. Casi se la tienen que cortar. De ahora en más sólo le servirá para mear.” El otro locutor agregó “bueno, en lo sucesivo, cuando quiera tener sexo, va a tener que comprar vaselina”…
El día siguiente, en la misma emisora, pude escuchar un aviso de jamón y otras facturas o encurtidos de cerdo. Tenía como telón de fondo, perfectamente audible, el sonido de los chanchos gritando cuando los están sacrificando…
Es conocida la dedicación con que los habitantes de Cura Brochero trabajan para lograr la canonización del sacerdote cuyo paso por el valle da nombre al pueblo. De cumplirse el sueño colectivo, no sólo se verán satisfechos sus devotos esfuerzos, sino que podrán ser canalizados de manera terrenal atendiendo a las esperables miríadas que acudirán a visitar al Santo. El 5 de Agosto de 2010, una nota alusiva publicada en el periódico quincenal Tribuna de los ciudadanos consigna” El 24 de Julio, Adriano Bernardini, Nuncio Apostólico en la Argentina, visitó el Santuario Nuestra Señora del Tránsito…en la homilía posterior a la lectura del evangelio el diplomático vaticano recordó que el “Cura Brochero fue lo primero que escuché hablar de Argentina”, cuando Juan Pablo II lo destinara a estas tierras. Bernardini comentó que por ese entonces (2003) “se discutían las virtudes heroicas de Brochero” y “yo decía:¿cómo puede ser santo si decía muchas malas palabras? Aunque aclaró que esas cuestiones ya se encuentran zanjadas”…
Radio Traslasierra emite un programa que cierra al mediodía conducido por Palmero. Personaje. Manda al aire todo. Lo putean y devuelve las puteadas. Se ocupa principalmente de lo que ocurre en el Valle. Atiende llamadas y lee mensajitos de texto. Por ahí presenta algún invitado que se trenza en áspera discusión con un oyente que llamó por teléfono. Un día leyó un mensajito que decía “corto el pelo, cobro por metro, llamar a tal número”…
Personaje. Inteligente, demasiado racional y por momentos tierno. Pasa algo los sesenta. Se separó fiero para pueblo chico. Todavía no se repuso. Lo conozco desde hace una culada de años. Estábamos con mi esposa tomando un café en la “Confitiría” (ex serpentario). Vereda, sombrilla y brisa agradable. Mi “por suerte la enganché a esta altura de la vida”, preguntó si la encontraba parecida a la dueña de la “confitiría”…Le dijo “estás en pedo, ella es un susto y vos sós una potra”, agregando “que suerte, con vos (por mí) me divierto contando chistes… y con tu mujer me hago la paja esta noche”…
Petizo y como tal, compensando la estatura de algún modo. Muy simpático. Siempre a la última moda y jodiendo. Sus bromas son de antología. Una vez fuimos a tomar un café al serpentario. Yo estaba con mi esposa, y eso lo estimulaba. Como no nos veíamos desde mucho tiempo atrás, se la presenté. Es unos años menor que yo y cuando con su hermano mayor atravesábamos la adolescencia, él era un purrete. Tiró algún halago de lo que hacíamos para que yo quedara bien con mi esposa. Aproveché para meter un bocadillo. Le dije a mi mujer “era una ladilla”. Él lo confirmó contando que siempre nos andaba detrás y que cuando no lo soportábamos más, lo echábamos a patadas en el culo. “Me apartaba y los miraba de lejos, como un can”. Verborrágico, habló de su vida, “Yo soy morrón de asado, siempre en la parrilla”. Envalentonado por las risas tiró otra. “Con medio metro más, los demás tendrían que ir a Mónaco para poder coger”.
El dueño de un restaurante que frecuentábamos nos contó que cuando comenzó lo pusieron a cargo del establecimiento familiar, por supuesto del mismo rubro. Tenía veinte años. Para prestigiar el lugar habían tomado un mozo retirado que había trabajado en “Loprete”, uno de los mejores de Buenos Aires. El veterano andaba un avión. Una noche llegaron unos amigos a cenar. Cuando los saludó, le dijo a uno de ellos “mirá, es un mozo muy bueno, viene de Loprete, pero está bastante sordo”. “Tá, no te preocupés”. Fue al mostrador, se ubicó en la caja y le hizo una seña al mozo de marras. “Mire Don Fulano, el amigo que acabo de saludar no oye bien porque le entró agua en los oídos. “Déjelo por mi cuenta”. Cuando se acerca a levantar el pedido, comienza por ese amigo. Le grita “qué se va a servir”. El aludido le contesta más fuerte “un bife de chorizo”. El mozo le pregunta aún más fuerte “¿a punto o bien cocido?”. Nuestro anfitrión dijo que como no podía aguantar la risa se tuvo que agachar detrás del mostrador, cosa que le dio la pista a su amigo, que lo puteó. El mozo, por su parte, se indignó tanto que le tiró la servilleta a cara y le dijo “renuncio, no estoy para que me goce un pendejo”. Los viejos lo cagaron a pedos y le exigieron que se disculpara…
Gordito y corto. La barba espesa y larga le daba aspecto de gnomo. Conocía la sierra como los serranos. Un día nos llevó al “nacimiento del río”, que entonces se hacía portando sogas para algunos tramos jodidos. A la hora de almuerzo, sacó unas tiras magras de asado que llevaba enroscadas en la cintura. Buscó unas ramitas de algún palito mágico para nosotros y encendió el fuego. Nunca comí una carne tan rica. Personaje es poco. En el invierno comía gatos, y con el cuero, se hizo un sobretodo…
Bombachas de lino color pastel, acordoneadas abajo y con la botamanga arremangada debido a la estatura. Leñadores sin medias. Camisa blanca de marca y pelo más bien largo con brushing. Mucho ademán, risa contagiosa. Seco confeso. Estaba sentado con una mina en la vereda del serpentario, concentrado en el camelo. Ella, atenta. Llego y le disparo “¡infierno!”. Se da vuelta y me contesta “qué hacés”, significando “¡ojo, no me rompas las pelotas!”. Sigue remando. Yo, a lo mío. Al rato pasa para el baño, se agacha y me dice por lo bajo “canario llamador”…
Entramos en la farmacia buscando un remedio recién prescripto en la guardia del hospital. La receta respetaba las formas requeridas por la Obra Social. Pero ninguna de las farmacias recorridas la admitía para el correspondiente descuento (70%). La farmacéutica nos explicó que como había tan pocos afiliados en la zona, ninguna tenía convenio con esta. “Bueno, demeló sin descuento y pido reintegro”. Contestó “perfecto, acá, el único perro que hay es la gata”…
Nos encontrábamos cenando en su restaurante. Como nos conocíamos de toda la vida, se acercó a saludarnos y le presenté a mi esposa. Recordamos juntos viejos tiempos. Alguna peña… algún asado. Le comenté a mi mujer que tenía una poderosa voz de bajo. Excelente guitarrista. Él acotó “durante veinte años viví de la música, acompañé a los Chalchaleros, a Los Fronterizos, y viajé por Europa dando conciertos”. Le dije “¿ahora ya no cantás?”. “A mi edad, ya pasó la hora”, agregando “la noche sin faso y vino es como ir al cine y tener que estar con los ojos cerrados”…
Mi vecino de toda la vida es muy ocurrente, como todo cordobés que se precie. Alcohólico pasado y jugador compulsivo de quiniela. Generalmente está en casa y cuando llego de Buenos Aires, charlamos un rato sobre el pueblo. Esta vez me dijo “esta temporada, va a haber choreo y droga pa´ hacer dulce”. En la puerta de su casa tiene un cartelito que dice “cuidado con los perros (cuatro unidades)”. Estaba con un pedo mañanero. Yo necesitaba un pico para el jardinero y como tenía una pata averiada, mandé a mi mujer a que se lo pidiera. Golpeó suavemente la puerta con los nudillos. Mi vecino contestó desde adentro “¿quién carajo es?”. Abrió y cuando la reconoció, le mostró unas postales de fin de año. “Ésta, con cinco estrellas, es de mi nieta”, dijo, señalando a su hija, que lo corrigió y pidió disculpas ajenas…
Máxima Zorreguieta; Graciela Escudero y la hermana, así como muchas más del “set point” habían sido sus alumnas en el Northlands. Estuvo 28 años como profesora y coordinaba los viajes de egresadas a Bariloche. Mucha chispa. De repente salía con joyas de la poética como esta: “los dos tiraus en el rancho, tapaus por las moscas”…
Lo conocía desde mi adolescencia. Formábamos parte de un grupo muy jodón que paraba en la Pileta del centro. Muchos asados, muchos pedos y muchos trucos en la playa. Excursiones al casino Flamingo de Merlo (120 Km.) cuando ese servicio público no existía en Mina. Mi padre tenía un Oldsmobile ´76, largo como un barco y con carburador de cuatro bocas. Fuimos una noche al mencionado templo. De regreso nos quedamos sin nafta. Se había tragado los sesenta litros del tanque. Me lo encuentro en la calle frente al Hotel Vila. Hablamos de minas. Me dice “con tu título, ahora las matás”. Pienso que hace mucho que soy sociólogo y se lo digo. “Ese no, el de viudo”…
La chispa del “valor” era inagotable. Me lo encuentro en la Plaza a media tarde. Lo primero que me dice es: “¿En qué se parecen una bocha y una pinchila?”… “En que para saber si es corta o es larga, hay que esperar a que se pare”…
La mayor de nuestras pequeñas aventuras era la trepada al cerro Champaquí (2.800 m. de altura). Era de madrugada y estábamos en La Cabana, boliche donde el trago de los hombres era la ginebra con hielo en la barra para relojear lo que había. Se entraba de riguroso saco y corbata. Se sacaba a bailar llegándose a la mesa. Se semblanteaba y si se veía campo fértil, allá vamos. A alguno se le ocurrió la idea del Champaquí. Otro dijo que conocía a un baqueano en Las Rabonas que tenía caballada. Fuimos y lo despertamos. Como éramos unos cuantos, comentó que no tenía mulas suficientes pero que lo completaría con caballos serranos. Partimos por la Cuesta de las Totoras. Antes de llegar al filo, un psicólogo de Rosario rodó con el caballo unos 150 m. cuesta abajo. No se lastimó. Los más asustados fueron él y su mujer. Cando llegamos al filo, comimos algo en “La Ventana”, gruta en la piedra que, a través de una abertura grande permite mirar todo el valle. Allí la pareja rosarina nos comunicó su intención de pegar la vuelta. Como no querían saber nada con el caballo les tuve que ceder mi mulo, que se llamaba Perón y saltaba por las piedras como un bailarín. Llegamos a la Pampa que se extiende en las alturas y desde la cual ya se divisa la cumbre. Al rato de andar, se empieza a nublar y en unos minutos se desata un temporal. Se dice que la temperatura del clima desciende un grado cada cierto número de metros de altura. El baqueano nos dijo que sería imposible llegar pero que nos podía llevar a La Cumbrecita, situada más o menos a esa latitud del otro lado. Como la lluvia y el frío eran muy intensos decidimos asumir la frustración y regresar. Mi caballo se patinaba en la piedra mojada y tuve que descender tirando de él por la brida. Al arribar al llano lo pude montar. El cansancio era tremendo y estábamos helados. No nos costó mucho mearnos encima para sentir un poco de calor…
En otra ocasión, muchos años después y con otros amigos, optamos por intentar hacer cumbre por otro camino. Contratamos en San Javier a Oliverio Ayes, (Oliver Hayes en realidad), que nos esperó con caballos bien tempranito. Llegamos montados a la Quebrada del Tigre, donde hicimos un desayuno de campo servido por los caseros de la mansión que alguna vez perteneció a Victorino de la Plaza. Bien dispuestos y fortalecidos comenzamos el ascenso a pié. La consigna del guía era que no se podía descansar más de cinco minutos porque si uno se enfriaba no seguía. Haciendo el menor número de paradas posibles para tomar un poco de agua, le metimos huevos. Al grupo se habían sumado unas niñas entre púberes y adolescentes y su hermanito menor, que demostró ser uno de los más ágiles y aguantadores. En la trepada te faltan pulmones. Llegamos al busto de San Martín, donde firmamos el libro de visitantes (protegido en un hueco). Era medio día, es decir que habíamos sufrido unas cinco horas. Comimos algo sin perder mucho tiempo para que no nos agarrara la noche en la sierra. En la bajada te faltan piernas. Una de las chicas se esguinzó. Afortunadamente, llevábamos taloneras, tobilleras y musleras, de modo que pudo continuar, dolorida pero por la propia. Al alcanzar el ansiado objetivo de la casona, nos refrescamos sentados en un arroyito de agua de deshielo, que resultó una bendición. Nos ofrecieron una choriceada con pan casero que supo a manjar. Montamos, y en el camino nos dormíamos arriba del caballo. Todos estuvimos en cama al menos dos días, tremendamente satisfechos…
Ángel Custodio (no sé su apellido) era hermano mellizo de Julio Dardo (ídem, por supuesto), que decía “voy a visitar a la madre de mi hermano”, muerto el año anterior en circunstancias discutibles y discutidas. La versión oficial consignó lo que vulgarmente llaman “ataque al corazón”. Ángel Custodio es de otra opinión. Según él, el deceso se produjo por un atentado. El hecho es que, de acuerdo a sus dichos, el occiso quedó seco en el “templo de las prostitutas, los proxenetas y los travestis”. El mellizo sobreviviente se enteró más tarde pues no presenció el suceso. Otros familiares coinciden pues un infarto no deja heridas en la cabeza y distintas partes del cuerpo…
Llegar al campo de Ángel Custodio era complicado. Por momentos, el camino pasa por roca viva y por momentos hay que ingresar en vados o pantanales con pronóstico incierto. La finca es una franja angosta de unos quinientos metros de ancho que llega hasta el filo de la sierra, en total unas cien hectáreas. Yo había organizado una visita a instancias de un amigo suyo y aproveché para intentar cazar algo. Además de los prismáticos, el 12-70, el 32 y la carabina, llevaba asado, vino y pan para el almuerzo. Llegamos antes de las diez de la mañana en una chata Ford contratada cuya altura garantizaba sortear los obstáculos sin problemas. Aunque Ángel había salido sin rumbo conocido, nos recibieron su sobrina y el marido. Trataron de ubicarlo llamando por celular a un campo situado al otro lado de la sierra, justo para el lado por donde había rumbeado un rato atrás. Había pasado por allí sin detenerse, presumiblemente hacia Ciénaga de Allende. “Poraí viene a almorzar”. “No se preocupen, si no es molestia, el asado lo comemos igual”. El sobrino político nos llevó a un claro cercano al rancho, donde, a la sombra de un tala, había una mesa larga en la que se secaba un cuero de víbora de casi dos metros por cuarenta centímetros de ancho. “Es una lampalagua, el cuerpo es ése que están picoteando las gallinas”, y señaló al suelo, a unos tres metros. Le comenté mi intención de disparar unos tiros, preguntándole acerca de los bichos que podía haber en la zona. “A veces aparece alguna Waira[3], algún puma a lo lejos, alguna corzuela[4], liebres y zorros siempre, pero vizcachas ya no, lo que es más común es la martineta”. Lo convidé y me propuso ir para el sur. Preparé las armas. Le di la escopeta y yo me reservé la carabina. Coloqué en la canana cartuchos de perdigones de varios tamaños, del 5 para perdiz, del 3 para liebre y del 1 para animales grandes. Yo calzaba borcegos, alertado por el amigo de Custodio, pues un hijo suyo que trabajaba por allí, casi se muere por una picadura de yarará. Resultó que andaba en alpargatas y al cruzar por arriba un alambrado, se largó y fue a pisar justo sobre la víbora. Mi guía calzaba botas de goma. Subimos y bajamos el montecito muchas veces, cuidando de no apartarnos de la senda trazada por los animales, por lo general vacunos o mulares, domésticos o cimarrones. Antes de pasar por una pampita cubierta de yuyos altos me dijo que cargáramos perdigones chicos porque siempre que cruzaba el lugar saltaba alguna martineta. No fue el caso. El terreno, verde intenso por la reciente lluvia, permitía disfrutar de pequeñas alturas salpicadas por rocas y hondonadas poco profundas en las que ocasionalmente corría algún arroyo. Pocos árboles. Mientras caminábamos me dijo que podíamos ir a la cantera abandonada. Como para interesarme me contó la historia de la mina. La estaban abriendo con explosivos, ya estaban bastante adentro. Una carga se demoraba demasiado y el patrón mandó a uno de los peones a ver qué pasaba. “Vaya usté”.”Que manga de cagones”. Se metió, y unos minutos después oyeron el ruido sordo de la explosión. Pensé que debía ser el lugar ideal para el puma. Le sugerí cambiar los cartuchos y cargamos cinco del 1. Un cuarto de hora después llegamos a la boca de la cantera. Tendría unos dos metros y medio de diámetro y se curvaba hacia adentro y hacia abajo. Mi compañero apuntaba hacia el agujero y yo estaba dos metros detrás con la carabina, cubriendo la entrada desde un ángulo distinto. Al rato nos miramos y coincidimos en que volveríamos sin el puma (pero intactos al menos). Me propuso regresar haciendo un amplio rodeo. Descendimos sin dificultad un barranco. Al fondo debíamos atravesar una vertiente que a un kilómetro se juntaba con otra para formar un arroyo. Las orillas del agua, increíblemente cristalina, estaban sembradas de berro. Le pregunté si le gustaba el berro. Le pasé mi cuchillo de monte y llenamos los dos sombreros con un berro que resultó exquisito cuando lo comimos acompañando el asado…
El motivo principal de mi visita al campo había sido grabar a Ángel Custodio, a quien había conocido en Diciembre en el serpentario. Maravillado por su modo de hablar, le dije que ya lo conocía por referencias. Me preguntó “¿locales, nacionales o internacionales, radiales, televisivas o gráficas?”. “No, mi amigo aquí presente me lo ponderó, y compruebo que con justa razón, por su verba florida”. “Muy honrado”. Le dije que, si no tenía inconveniente, hubiera querido grabarlo, pero como no había traído el grabador, lo podíamos dejar para febrero. “Muy honrado, con el mayor de los gustos”. A continuación se transcriben partes seleccionadas de la grabación del diálogo que mantuvimos en Mina Clavero, a los 30 días del mes de Marzo de 2010 (porque en Febrero no lo pude ubicar): “Estuvimos por su casa”. “Sí, en las primeras y principales páginas de los vespertinos que se trasmiten a nivel mundial ya apareció, según versiones. Inclusive no obstante, de ese periplo, que hizo, fíjese, usted hacia mi cabaña, a la estancia del mojón, ni bien abatido, cuando se hizo eco hasta la prensa oral y escrita, mire usted, increíble pero real”. “Apenitas llegamos usted ya se había ido”. “Pero, databa de instantes mi evasión de mi recinto, centésimas. Si me dijeron los moradores de ese recinto si no había escuchado el motor de la nave espacial, de la fragata digamos”. “Sí, sí”. “No, le digo porque si yo la hubiera escuchado, me hubiera vuelto ahí nomás, pero no”. “Y bueno, el viernes vamos a comer un asadito”. “Sí, me lo comentó aquí el amigo”. “A pasarla bien”. “Sí, de total esparcimiento, de parabienes, porque va a estar para alquilar balcones”…”Y bueno, ¿hace algún tiempo que está acá usted?. “Llegué el sábado”. ¿Del mes en curso? “¿Este sábado pasado?”. “Sí”. ¿Procedente de la metrópolis?”. “Sí”. “¿De la capital argentina?”. “Ahá”…
La mayor parte de lo que sigue consiste en otras “aneutas”[5] de la zona.
El petizo había sido cocinero de los curas (garantía de por vida). Se las rebuscaba como baqueano y guía de pesca para los turistas. Vivía en una tapera bastante céntrica que había heredado. Nos llevaba, a mí y a mis hijos de unos diez años, a pescar pejerrey a la cola del Dique La Viña. Me dijo “pare el auto”. Un ami 8 muy gauchito. A unos diez metros, una araña pollito adulta, peluda y de color negro oscuro, cruzaba el asfalto. Sacó una bolsita de plástico. Le practicó unos ínfimos agujeritos. Se le acercó, y, haciendo palmaditas suaves en el aire, la metió en la bolsa. La tiró en la bandeja trasera del Ami. Cuando le preguntábamos cómo andaba la arañita, decía “bien, la tengo en una pecera que me regalaron y la alimento con carne picada”…
Era un buen albañil. Estaba construyendo una cámara séptica cerca de la vereda. Pasó un valor, se paró a mirar y le dijo “ché, estás haciendo eso para la bosta”. Inquieto, tomó todas las medidas de vuelta, escuadró y se puso a preparar el estucado. A la tarde, el valor pasa y le dice “seguís haciendo eso para la bosta”. De nuevo a medir y escuadrar. Picar el estucado, que por suerte todavía no había fraguado del todo. Al día siguiente ya estaba con los huevos al plato, y cuando el valor repitió su cantinela le preguntó “¿Qué es lo que hago mal?”. “Nada, pero ¿no sabís que por ahí va a pasar la mierda?…
Según Fulano, su amigo se movía a una ovejita. La pobrecita se encariñó y lo seguía a todas partes…
Estaba en “chavalas”, un boliche a ras de tierra en la Galería San Martín, que se despliega a lo largo del primer piso. Tenía el Peugeot 504 nuevito afuera y un peludo más que considerable adentro. Entró uno a los gritos y le dijo “sacá el auto que se viene la creciente y te lo va a llevar”. “Que se cague, yo tengo las llaves acá”, y las mostró a todos. El “yeyo” apareció en la cola del Dique, lo sacaron arrugado como etiqueta de cigarros pa´ tirar…
Ropita estaba debajo del puente principal cogiéndose a una burra. Pasa un guaso y le grita “¡Ropita, que hacés ahí cogiéndote una burra!”. “No, si la viá llevá al Rosetti[6]”…
Alto y de facciones regulares. Músculos algo marcados (a propósito). Siempre dorado como sólo pueden dorar el agua y el sol de Mina y con una diosa colgando del brazo. Exudaba testosterona por cada poro. Ingeniero de sistemas, “guitarrero y cantor”. Cinturón negro. Narcisista es poco, como es de esperar. Tomábamos café en la vereda del serpentario. Un casi patova estacionó la Honda mil delante de nosotros. Este saltó y le dijo que nos molestaba la visual. Por toda respuesta, el otro lo puteó. También era cinturón negro. Se fueron caminando sin hablar a la arena de la playa. El que estaba conmigo me contó. El de la moto tenía un camping. El otro una yegüita de polo de excelente sangre. Varias veces, el animal, pastando inocentemente, se había ganado al camping. El dueño, podrido, agarró y le pegó un tiro. Narciso se la juró y la ocasión se dio. El que estaba conmigo se paró y fue apurado detrás de ellos, a prudente distancia. Antes de salir a ver, me dijo “esto va a terminar mal”. No pasó nada…
Acertijo. “Meto lo duro en lo blando y lo demás queda colgando”[7]…
Decían, con la maldad característica de los vagos de timba permanente en el serpentario, que la hija del peluquero, alta, larga y flaca como él, cuando le venía la regla, se ponía una curita porque le alcanzaba…
[1]. Algunos perdurarán con los nombres de Mina Clavero, Taninga, Salsacate, Ambul y Pocho.
[2]. Horacio Soto “El Inca Hoguso” en “La Divina Epopeya ó José de América”. Edición 1964.
[3]. Felino especializado en gallinas. El macho es negro y la hembra blanca. Los cachorros son del color de la madre al nacer y los machitos viran de pelaje al crecer.
[4]. Cervatillo de las sierras chicas.
[5]. Anécdotas.
[6]. Uno de los mejores hoteles del pueblo.
[7]. Los aros.
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