PARTE II
De guerras y guerrillas
(pensó, sintió, dijo o le dijeron)
…Mientras decía esto, yo contemplaba un cesto de mimbre, colocado sobre la mesa del despacho, a la izquierda del poglavnik[1]. El tapetito que lo cubría estaba un poco levantado, permitiendo ver que el interior estaba lleno de frutos de mar, al menos así me parecieron a mí, y hubiese asegurado que eran ostras sacadas de su concha…” ¿Son ostras de Dalmacia? –pregunté… Pavelich alzó la servilleta que cubría el cesto y, mostrándome aquellos frutos de mar, aquella masa gris y gelatinosa, me contestó, sonriendo con su habitual, bonachona y cansada sonrisa: “Es un regalo de mis fieles ustachis. Son veinte kilos de ojos humanos”…
(Kaputt, Curcio Malaparte, cap. XIII)
Elecaseidefensis[2].
Un amigo de mi padre me contó que conoció a un hombre que había peleado en las montoneras entrerrianas y que el viejito le dijo que antes de entrar al entrevero tenía miedo. Pero que este desaparecía a la primera sangre…
En las luchas civiles del S.XIX en Argentina, los vencedores obligaban a los vencidos a arrodillarse, atados. Los triunfadores venían por detrás, sujetaban firmemente de los pelos a los derrotados, colocaban el facón en la garganta, y, con un corte rápido, los degollaban. Le llamaban des-penar…
Es sabido que la Generación del ´80 edificó la Argentina Moderna. Esos hombres supieron poner la ciencia al servicio de la sociedad. En la guerra contra el indio diseminaban en las tolderías ropa infectada con viruela…
Era primo de mamá y peleó en la Guerra Civil en el bando republicano. Se llamaba Pepe Díaz. En el campo de concentración, cada amanecer leían la lista de los que serían fusilados comenzando por el apellido. Cada vez que oía Díaz su corazón daba un vuelco y se le cortaba la respiración por unos segundos. Otra vivencia imborrable que relató versaba sobre los piojos. La desesperación que causaban debido a su cantidad y calidad. Pudo pasar a Francia y unirse a los Maquissard. Sobrevivió a la guerra pero quedó impotente para siempre…
A los 12 años, el primo Octavio no juntaba autitos de chapa de vivos colores. Juntaba cadáveres. Los cargaba en la mula, los apilaba, y les prendía fuego. Vino a Buenos Aires con su hermano Pepe. Vivió con ellos hasta que intentó violar a su sobrina púber. Al principio lo visitábamos de vez en cuando en Vieytes. Murió en Open Door…
Tanto nacionales como republicanos, cuando pasaban por los pueblos, enrolaban por la fuerza a todos los hombres en edad de pelear…
Lo mandaron a buscar agua con todas las cantimploras. Se sacó las granadas de encima porque era lo que provocaba más pavor a todos. Avanzó cuerpo a tierra hasta llegar al río. Tiró todo a la mierda y desertó…
“Las mejores enseñanzas vienen del escarmiento” dijo el capitán a sus hombres, excitados todavía por el reciente combate. “Ponedlas en la sala de la alcaldía y disponed de ellas”. Se refería a las hijas de los marcados como “rojos” por un fascista del pueblo. Una a una fueron violadas por la soldadesca que formaba fila para el festín…[3]
Un general republicano, que decía “me cago en la ostia… de canto”, le contó en México que una vez llegaron a una aldea que había colaborado con los nacionales. No dejaron vivas ni a las gallinas…
Una versión dice que cuando le contaron a Perón que Onganía se comparaba con Franco, acotó algo así como: “sólo que Franco tiene atrás un millón de muertos… y Onganía un millón de vivos”…
El hijo me contó que su padre le había dicho que cuando él cumpliera 18 años se mataba. En la guerra civil había tenido bajo su mando a un grupo antitanque de mineros asturianos. Emboscaron a una columna blindada alemana y la derrotaron. Los vencidos salieron con las manos en alto. Los suyos le preguntaron qué se hacía con ellos. Contestó que los desnudaran y los dejaran ir. Un tiempo después perdió medio brazo en una batalla. Una vez recuperado, pidió volver al frente y lo destinaron a un avión de reconocimiento que cayó alcanzado por disparos alemanes. Salvó la vida pero quedó prisionero. Lo llevaron a la comandancia, seguramente para ser ejecutarlo. El oficial a cargo era el alemán perdonado que dirigía los tanques. Evitó que lo mataran. Vivió modestamente en Buenos Aires y no aceptó el grado de coronel que le había otorgado el gobierno español. El día del décimo octavo cumpleaños del hijo se pegó un tiro…
Un veterano del Ejército Polaco Libre me relató que en el asalto a Montecassino murieron más oficiales bajo balas propias que a causa del fuego enemigo…
Era italiano y peleó en la II Guerra bajo la bandera de su patria. No conozco los detalles pero sé que tuvieron que huir cruzando las montañas. Tenían dos hijos y Ella tuvo que elegir a cual se llevaba. Eligió al recién nacido, y dejó al mayor al cuidado de los parientes en la aldea. Llegaron a Argentina y con el esfuerzo de los inmigrantes que arribaban sin nada, construyeron una casa en el Gran Buenos Aires. Ella progresó en la fábrica textil y con los años la nombraron supervisora. Él trabajó siempre en la construcción, como muchos de sus compatriotas de entonces. Ella, con la vejez próxima, una coyuntura económica favorable y algunos ahorros, después de largas vacilaciones, se decidió y viajó a su país. Repetía interiormente las pocas palabras preparadas con la intención de explicarle a su otro hijo lo que no podría entender. Y así fue, porque no la quiso recibir…
En un documental sobre la guerra de Vietnam que tuve la oportunidad de ver clandestinamente en un sindicato, me impresionó especialmente como la población civil estaba aleccionada para los bombardeos de los B-52 y F-111 norteamericanos. Si al mirar al cielo, los cientos de bombas arrojadas se veían como palitos, quería decir que hacían un recorrido dirigido a un blanco lejano y no había peligro. Diferente era si lo que veían eran puntitos, porque venían a por ellos…
Los mandos “norteamericanos” se dieron cuenta del efecto negativo que habían tenido las imágenes televisivas de la guerra de Vietnam, pletóricas de bolsas de plástico negras y cajones envueltos en la bandera patria conteniendo los cadáveres de los jóvenes sacrificados. La Guerra del Golfo (primera Guerra de Irak) se nos apareció en las pantallas de televisión como un festival de fuegos artificiales. Quizá sea por eso que el gobierno de Menem mandó una corbeta y un destructor de la Armada para participar como beligerantes integrando una fuerza internacional “de paz”[4]…
Si se pregunta cuál sería la característica distintiva del S. XX, es probable que algunos mencionen la Penicilina, el alunizaje, los avances de la Física Cuántica, la Internet o la globalización. Prefiero elegir las matanzas inconmensurables. Una simple visita a Google permite estimar “a vuelo de pájaro” los cientos de millones que hubo y que, en los enfrentamientos bélicos tradicionales se calculan 5 heridos por muerto, la conclusión es aterradora…
A ver, dijo, terrorismo es lo de Medio Oriente, en el Líbano o entre palestinos y sionistas. O los atentados a la embajada de Israel en Argentina o a la AMIA[5] o las atrocidades de Al-Kaeda…
Era arquitecto y trabajaba para el Alto Comisionado para los Refugiados en la guerra de Ruanda. Armaban los campamentos en Zaire. Contaban cuantos entraban en un minuto para calcular el flujo. Afortunadamente, los llevaban en avión a Nairobi periódicamente para sustraerlos momentáneamente del espanto…
Almorzaba, y en una mesa contigua estaban los mercenarios. Habían tratado de comprarles la bandera de la ONU para transitar libremente. Tenían los AKA 47 al alcance de la mano. Cuando se retiró el ejército francés no quedó ni uno vivo…
Los tutsis, altos y esbeltos, con piel negra y fenotipo europeo decían que los hutus, achaparrados y feos, habían bajado de los árboles hacía 200 años…
Era de noche. Se retiraban del frente de Ruanda rumbo a Zaire. Llevaban a una tutsi escondida en la combi de Naciones Unidas. Los paró una patrulla hutu. La taparon como pudieron y por suerte no la descubrieron. Los hubieran matado a todos…
Uno le contó que no se podía ir de África porque se había acostumbrado a la adrenalina de la guerra…
Él vio como apilaban cadáveres con topadora…
Hasta entonces sólo había tenido una relación profesional con Él a raíz del armado de un nuevo campo de refugiados y le pareció que, además de eficiente, era afable, macanudo. Paró el Toyota en un lugar de comidas y pocas casas en el medio de la casi nada. El otro lo reconoció y se acercó a saludarlo. Le dijo “vení que te presento a mi novia”. Era una negrita preciosa de once años…
Allí se calculaba por la edad la fecha de la guerra en que quedaron mutilados…
Cada veinte días un helicóptero los trasladaba a Nairobi. Los alojaban en el Hilton, y por un fin de semana trataban de dejar atrás a la guerra. Tenía el cabello un poco largo y le preguntó a uno de los mozos del hotel sobre alguna peluquería próxima. El mozo sonrió y le escribió una dirección en un papel, a la vez que le indicaba como llegar por medio de un mapita. La peluquería en cuestión estaba bien montada, al estilo occidental, y eso lo hizo sentir satisfecho. Se ubicó en uno sillones de cuero, dispuesto a esperar porque antes que él había varios clientes. Se puso a observar con más detenimiento el lugar. Contaba con un solo peluquero, que estaba afeitando a un hombre de color de edad intermedia. Al parecer, los otros clientes estaban algo ansiosos para que les llegara el turno. El peluquero seguía afeitando parsimoniosamente al hombre con la navaja. En su recorrido visual, a Él algo hacía ruido pero no alcanzaba a identificar que era. El peluquero seguía trabajando con el mismo cliente, que estaba cubierto por una gran sábana impecablemente blanca que llegaba hasta el suelo. Escuchó un jadeo. Miró hacia el que el peluquero afeitaba, porque el sonido había partido de su boca. Nuevos jadeos, y finalmente una exhalación. A continuación un nenito de pocos años salió gateando de abajo de la sábana y se metió por una puertita lateral…
Necesitaban armar otro campo de refugiados. La masa que llegaba incesantemente ya no podía acomodarse en los existentes. Recorría la región en el Toyota buscando un lugar. Al encontrarlo, preguntó al chofer a quien pertenecían esas tierras. Estaban bajo jurisdicción del Rey Tal. “Bueno, llevame a su aldea”. La Choza Real estaba en la parte más elevada de la loma. Mientras se dirigían hacia ella, una multitud de niños revoloteaba en torno a la camioneta. “Casi todos son hijos del Rey, tiene como cuatrocientos”, le dijo el chofer, que era además, el intérprete. Su majestad era un gordo tipo los de Sumo[6] pero africano. Se sentaron y el arquitecto le explicó el motivo de su visita. Negativo. Como era perentorio, reiteró la solicitud ampliando un poco la fundamentación. Negativo. Sin perder la calma, insistió, esta vez con argumentos humanitarios que juzgaba incontrastables. Negativo. Se volvió hacia el intérprete y le dijo “¿ahora qué podemos hacer”?. “Espere un momento”. El “fercho” se fue al Toyota. Regresó con un pack de cervecitas que había sacado de la heladera del vehículo. Chorreaban agüita por la diferencia de temperatura. Las ofreció a Su Majestad, a quien le brillaron los ojos. Obtuvieron el permiso…
En busca de nuevos lugares para nuevos campos, se dirigieron al lago Kivu[7], famoso por su belleza. El interior del lago contaba con muchas islas de variado tamaño, habitadas en ese entonces por los Twa[8]. Viajaban en un gomón impulsado por motor fuera de borda. A las dos horas de trayecto, vio una canoa muy larga y pensó en lo guachos que serían esos aborígenes que hacían remar a los niños. Al aproximarse le dijeron que esa era una canoa Twa tripulada por adultos. Se acercaba el crepúsculo y la belleza del lago lo amilanaba. En ese marco, el color de las aguas, las islas y el cielo salpicado por curiosas formaciones de nubes envolvían al occidental en una nostalgia especial. Desembarcaron y recorrieron una de las islas más grandes, aparentemente desierta, bajo la vigilancia de ojos ocultos. Finalmente, ninguno de los lugares visitados satisfacía las condiciones requeridas. Se olvidó del asunto hasta que se enteró que tiempo después bandas armadas de Tutsis invadieron las islas y exterminaron a toda la población Twa[9]…
Estábamos reunidos en casa de un amigo común. Hacía poco que Horacio había regresado de Europa, luego de un tratamiento para veteranos de guerra. Como siempre que nos juntábamos, la conversación, luego de recorrer diversos tópicos, se situaba en el plano político. Esta vez en el internacional. En cierto momento alguno mencionó la palabra “negro”. El recién llegado se transformó y le empezó a gritar al que había hablado que no sabía nada. Algo feo le hizo clic adentro y se quebró. Estuvimos un rato en el balcón hasta que se fue calmando…
Una voluntaria francesa había sido destinada a Costa de Marfil para formar en arte[10] a los niños de una recóndita aldea. Contó que los hombres de esa aldea libraban una guerra ancestral con los de la aldea situada al otro lado de río y que cada mañana, luego de levantarse preparaban sus armas para el combate. Según dijo, una práctica curiosa de esos guerreros consistía en ubicarse entre los pajonales y otear el aire para descubrir la ubicación del enemigo, al tiempo que emitían ciertos sonidos rituales. Suponían que el estar dotados de poderes mágicos les permitía saber en qué lugar tendrían que atacar. A última hora contaban a los guerreros que habían regresado, porque sabían que a los que faltaban se los habían comido los oponentes…
Me lo crucé en un aeropuerto, cuando matábamos el tiempo a la espera de un trasbordo. Venía de la República Sudafricana, aún en tiempos del apartheid. Comentó que era hijo de un ministro de Ante Pavelich, el jefe del gobierno colaboracionista de los nazis durante la II Guerra Mundial. Le pregunté por la situación en Sudáfrica. “Se está peleando contra las guerrillas del Consejo Nacional Africano[11]. Pero tenemos unos aliados muy valientes: los bush men[12] , pigmeos aguerridos que los acosan constantemente. Respetamos sus tradiciones y luchan para nosotros”. “Bueno, por lo que dice, respetan sus tradiciones hasta cierto punto, porque supongo que los proveen de armas modernas”…
Peleaban a los “contras” en la selva nicaragüense. Habían tomado prisioneros. El comandante le dijo “a ese interrógalo vos”. Como puso reparos para torturarlo, el jefe le comentó “la inteligencia” no es para vos, no tenés estómago”…
Me dijo que en la sierra, cuando llegaban los “nicas” con una bolsa de arroz para los campesinos, estos eran “nicas”. Cuando se retiraban y llegaban los “contras” con una bolsa de arroz, los mismos campesinos se pasaban a la “contra”…
Se movían en jeep por un tortuoso camino de la selva nicaragüense. Iban a ver si cazaban algo para comer. Divisaron un cervatillo en la espesura, a unos ochenta metros. El jeep iba a los barquinazos. Apuntó su AKA47 y disparó. El animal se desplomó. Desde ese acontecimiento lo consideraban el mejor tirador de la Compañía. Claro que no sabían que había sido de pedo…
El pueblo de Cao, de unos 500 habitantes está situado a unos 50 kilómetros de la frontera con Honduras, donde estaban las bases “contras” que combatían al gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional. En Cao, que se encontraba en el borde norte del país y en una de una de las zonas más calientes, los “nicas” tenían el comando regional. Los combates eran frecuentes y casi todos los días se informaba de algunas bajas, y, más esporádicamente, se veían prisioneros “contras”, que luego de un primer interrogatorio, eran enviados al interior. Me contó que ese día convocaron a dos pelotones, entre los cuales estaba el suyo, con la misión de capturar a “tigrillo”, jefe “contra” que honraba su apodo y que se suponía que merodeaba por la zona. Partieron al atardecer, algo cansados por el entrenamiento del día. La idea era armar una emboscada en el camino que se comunicaba más directamente con el pueblo. En realidad, era más bien una senda en el medio de la selva ascendida de categoría por las huellas de carros (y algún automotor) que pelaban la maleza. Portaban equipo completo, cerca de treinta kilos. La travesía por la selva duró unas tres horas y fue aprovechada para intensificar la preparación física abriendo picadas, atravesando arroyos y venciendo lomadas, todo bajo una finísima llovizna intermitente y calor y humedad espantosos. Cuando la agüita cesaba, llegaban los mosquitos, generosamente dispuestos a demostrar la exuberancia del trópico. Una vez elegido el lugar donde esperarían, se desplegaron a ambos lados del camino y a esperar. Una espera que adormecía la adrenalina inicial, traía a primer plano el cansancio acumulado y exigía luchar contra el sueño. Desde luego, la primera consigna era “silencio absoluto” y parecía que los mosquitos la habían escuchado y se aprovechaban de la imposibilidad de que los aplastaran de un manotazo. A los campesinos “nicas” eso no los molestaba. Me dijo que la mente pasaba de repasar lo aprendido en la instrucción, a memorizar planos de los alrededores del campamento o a pensar en casa, en los seres queridos. A eso de las dos de la mañana comenzaron a oír un sonido extraño que recordaba a algo pesado que es arrastrado muy lentamente. Después de un rato comprobaron auditivamente por la mayor nitidez, que se acercaba. Efectivamente se dirigía hacia ellos, pero como el camino viboreaba, no podían precisar de qué se trataba. La emboscada estaba emplazada de tal modo que tenía ante sí unos cuatrocientos metros de camino recto. Más o menos a la media hora de que el sonido provocara la alerta, se divisó una lucecita saliendo de la curva. La luz fue aumentando de tamaño con la proximidad. Finalmente, cuando estuvo cerca, los combatientes pudieron ver que un farol iluminaba la vanguardia de una procesión evangelista. Unos cientos de fieles avanzaban lentamente en medio de la noche. La escena, francamente fantasmagórica, despertaba una mezcla de risa y pena, porque se sabía que estos aliados eran enviados por los “contras” para las tareas de reconocimiento previas a un ataque…
La precaria comodidad de la hamaca paraguaya le estaba vedada. Una antigua afección en la columna lo obligaba a dormir en el suelo sobre un plástico que se suponía aislante de la humedad. El médico le había advertido que no era conveniente seguir en el frente. Como estaba acostumbrado al dolor de espalda no le dio importancia. Se la bancó como un caballero. Pero la “lepra de montaña”, proveniente de la picadura de un pequeño zancudo, el chirizo, que deposita un parásito en la piel, estaba fuera de sus cálculos. La leishmaniasis recibe distintos apelativos populares: roncha hulera[13], roncha mala, roncha Caribe, karate negro o grano malo. Supone que la adquirió al amanecer. La suerte le jugó una mala pasada. Le tocó la forma más maligna y poco común, es decir la que afecta nariz y boca. Los bultitos aparecieron sin que dolieran o provocaran comezón. “Si te llega a los ojos podés quedar ciego”, dijo. “A las dos semanas de la picaduras, la piel interna de la nariz y la boca se vuelve hedionda y puede sangrar, se va carcomiendo el tabique de la nariz, la garganta o el cielo de la boca”. Tal cual. Al mes no estaba en condiciones para combatir y fue enviado a la retaguardia. El tratamiento con medicamentos lo fue curando de a poco, pero las cicatrices son algo desagradables. Hoy luce lo que los nicaragüenses llaman el fierro de la montaña…
La columna avanzaba en fila india por la espesura. Debían trasponer una colina desde oriente a poniente y dirigirse a un poblado para montar una base. Percibía cierta incomodidad entre los campesinos jóvenes, aunque se notaba que no provenía del miedo. Lo más probable es que se debiera a que estaban allí a raíz de una de las fuertes levas llevadas a cabo por los sandinistas. El reclutamiento forzoso cumplía dos objetivos: nutrir las fuerzas propias y restar mano de obra a los hacendados. El ascenso se hacía en zigzag, trabajosamente. Una vez en el filo occidental, protegidos por la selva, inspeccionaron la llanura que se extendía ante ellos, allá abajo. El descenso fue tranquilo, pues seguían al amparo de los árboles. Al llegar a la mitad de la ladera se detuvieron nuevamente. Uno de los baqueanos señaló hacia los campos. Había divisado un punto rojo a unos dos kilómetros. Desde luego que sin prismáticos, pues no los había. Intrigados, siguieron bajando. Una vez en la base de la colina, se desplegaron en abanico para atravesar la llanura. En ese punto era poco lo que se veía, porque todo estaba cubierto por altos pastizales. Los mandos seguían preguntándose por el punto rojo y recomendaron cautela. Luego de un rato, dieron el alto y mandaron una patrulla a inspeccionar. Todos permanecían en posición de combate. Media hora después regresó la patrulla. Informaron que el punto rojo avistado era un kiosco de Coca Cola, que había quedado como recuerdo de ferias que se llevaban a cabo en los lejanos tiempos de paz…
El aire estaba diáfano y la luna llena era enorme. Al llegar al claro, uno de los campesinos señaló las alturas. Casi en la cima de un árbol se veía claramente un panal bastante grande de abejas salvajes. Constituía, para todos, una posibilidad de calorías inesperadas y un gustazo que no se debía desaprovechar. La luna permitía ver como si se contara con una iluminación de plateau. El árbol erigía sus buenos treinta metros en medio de congéneres de parecido porte. Con la rapidez que provoca la ansiedad, un campesino improvisó la antorcha que, convenientemente semi-apagada, espantaría a las abejas. Se cruzó la antorcha en la parte trasera de su cintura y, con agilidad de mono, se dirigió a lo alto. Aparecía y desaparecía entre las ramas. Cuando estaba casi en la cima, encendió la antorcha y provocó el humo. Las abejas huyeron y él siguió trepando. Pero cuando faltaban unos tres metros, las ramas se tornaron tan delgadas que le impidieron seguir. No tuvo otro remedio que desandar su trepada. Una vez en tierra, se discutió cual era la mejor forma de obtener el panal. Se acordó, como solución “in extremis”, talar el árbol, de unos setenta centímetros de diámetro. Los campesinos se turnaban con las hachas y al rato el árbol caía. Con tal mala suerte que lo hizo aplastando el vivac donde habían amontonado los equipos. Pero el panal estuvo al alcance de todos, que, por turno, metieron los dedos en la miel para chuparlos con deleite…
“…Porque alguna locura queda, sabéis. Los fantasmas no se van más, nadie sale limpio de una guerra”[14]
Atilio Borón publicó en Página 12 del 2 de Diciembre de 2009: “…Nadie sintetizó mejor esta visión criminal y paranoica del mundo que el general Ibérico Saint Jean cuando dijo que “primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos”…
De entrada nomás lo llevaron a la parrilla. Le daban máquina durante quince minutos, paraban cinco y recomenzaban. Estaba sujeto a una mesa larga de metal, ideada para que los torturadores manejaran la picana con mayor comodidad. Una radio sonada a todo volumen para tapar los gritos y una pequeña lamparita en lo alto brindaba toda la iluminación. Pese a que la mayoría eran autodidactas, se notaba que unos pocos habían sido entrenados científicamente. En el primer caso, eran muy brutos y tomaban como límite el momento en que el prisionero se cagaba y meaba encima. En el segundo eran más sutiles. Recuerda a uno que le acercaba lentamente un pucho a la comisura de la boca. Recuerda también que la primera vez que el psicópata lo aplicó en él sintió olor a asado y que de pronto se avivó que la carne que se quemaba era la suya…
Se había convertido en revolucionario cuando cursaba el último año de la secundaria. Al finalizar ésta, buscó un laburito para ir tirando, a sabiendas de que la familia, en excelente posición, constituía un reaseguro en caso necesario. Esto no lo habría admitido si alguien se lo decía, pero no por hipocresía sino por esa mezcla de omnipotencia e irresponsabilidad que suele reconocerse en los héroes y los que se inmolan sin tener muy claro porqué. Como su existencia se consumía plenamente en la actividad revolucionaria, el trabajo en un jardín de infantes, su modesta pieza en una casita del Gran Buenos Aires y los pocos pesos que tenía en el bolsillo no representaban ni molestias. Eran tiempos de grandes cambios. Y dentro de ellos eran frecuentes los cambios de orientación, siempre dentro del campo popular. Se salía de cada crisis un poco menos ingenuo y un poco más convencido. Los tramos de búsqueda eran siempre dolorosos. Había que superar un duelo. Había que llenar el vacío. Por lo general, se llegaba a la militancia siguiendo un referente. El clima de época era pródigo en variantes. Por eso, en las primeras aproximaciones apenas podía distinguir las diferencias. Sin embargo, había una inmediata e insoslayable: los revolucionarios que luchaban desde el panperonismo y los que lo hacían desde el panmarxismo, que presentaban bastantes vasos comunicantes. En su caso, ingresó por un grupo adscripto a la primera de las corrientes citadas. No lo conformó del todo y se dijo que para comprender algunas cosas que lo inquietaban, debía formarse conceptualmente. Cuando se lo chuparon fue por una casualidad puta, porque iban tras de un amigo. Precisamente se encontraba en esa etapa de estudio. La familia tardó un tiempo en advertir que algo grave había ocurrido pues no los visitaba con frecuencia. Pese a contactos que su padre tenía con altos dirigentes de la colectividad, no se averiguó nada. Bastante tiempo después, el día de su cumpleaños 19, llamaron por teléfono a la casa. Una voz le dijo a su padre que andaba bien en la recuperación y que pronto estaría con ellos. Después lo dejaron hablar a él. Así durante algunos meses. A intervalos irregulares. Lo tenían en la ESMA y cuando llegó la orden, poco antes de su vigésimo cumpleaños, lo tiraron al mar en uno de los vuelos de la muerte…
Bancame que me quisieron secuestrar, estoy herido pero no es grave…
¿Sabías que mataron a fulano…?. Eran tiempos de tristeza. Cambiábamos muertos de la facultad como figuritas. A veces sospechábamos que habían pertenecido a alguna “orga”. Otras nos constaba que no tenían militancia alguna…
“Anoche metieron una bomba en el local”. Las agrupaciones sindicales de izquierda, normalmente frentes de activistas procedentes de distintos partidos, se reunían donde podían. A veces en un cuarto minúsculo prestado por anarquistas de La Boca, otras en sindicatos peronistas de compromiso similar. Esa vez, el local en cuestión pertenecía a un grupo de abogados defensores de presos políticos. Las Tres A hicieron bien las cosas. No quedó sano ni un lápiz…
“Me andan buscando para matarme”. No llegué a saber porqué. Me contó que los Montos andaban tras él. Yo estaba seguro de que no había razones válidas. Era antiperonista y a veces los provocaba. Había sido profesor mío y llegamos a ser amigos. Quizá fue una broma o fue amenazado por algún Monto sin que se tratara de una decisión orgánica. En esas situaciones no era esperable que lo comunicaran por Carta Documento, por eso es comprensible que tomara precauciones…
“Se chuparon a mengano”. Si no había cadáver, se presumía que estaba vivo. La esposa peregrinó por iglesias y despachos durante meses. Cuando se había resignado apareció. Estaba contento, aunque fue torturado y estuvo en un Campo de Concentración que llegó a ser muy famoso. Declaró en el Juicio a las Juntas…
¡La sangre derramada, nunca será negociada!
Reflexionando para los que compartíamos la mesa dijo “éramos excesivamente jóvenes, con la certeza de que la muerte no nos podía alcanzar”…
“Supongo que me chequearon las tres A”. Me contó que una mañana el portero del edificio le dijo que tenía una buena noticia para él. Que unos señores habían preguntado si vivía en el piso tal. El encargado preguntó entonces si le iban a instalar el teléfono. Le contestaron que sí. Mi interlocutor agregó “Pero yo no había pedido ninguna línea telefónica”. Continuó en el tono neutro común a los militantes. “Paralelamente visitaron a mi madre y le hicieron preguntas banales, aclarando que era por una solicitud laboral…pero yo no estaba buscando trabajo”…
Su entrega al Partido en ese entonces era total y sin reparos. Destinado a un frente estratégico, pasó varios años como cocinero en un buque que navegaba el Paraná. Esporádicamente bajaba a Buenos Aires. En una de esas ocasiones fue a una cita en Plaza Flores. Lo estaban esperando. Cuando se le fueron encima, se tiró al piso y empezó a gritar su nombre. Pasaba casualmente un militante, que se parapetó detrás de un árbol y empezó a tirar. Una de las balas le dio en un muslo al aterrado joven que pataleaba con desesperación, pero en la confusión inicial pudo escapar. Nunca supo quien lo había salvado ni que pasó con él…
Se caracterizaba por la ironía. Extremadamente inteligente. Abandonó los estudios de Ingeniería Electrónica en el último año. Explicaba que no había podido averiguar que era la electricidad. Dijo, muy serio “Hasta ahora, zafamos no sé porqué…acá, los ascensos son hacia la muerte”…
A Rodolfo Ortega Peña, abogado de presos políticos lo mataron los de las Tres A. El velorio se realizó en la CGT de los Argentinos, en la Avenida Paseo Colón. A media mañana se organizó la marcha que acompañaría sus restos hasta el cementerio de Chacarita. Serían varios cientos. A la cabeza iban representantes de las “orgas” calzados, para garantizar la autodefensa. A la altura de Casa Rosada, la columna se detuvo. Desde el Comando Superior del Ejército empezaron a salir camiones llenos de soldados. Los integrantes del cortejo los vieron. De los nervios, empezaron a cantar, dando involuntarios saltitos cortos donde estaban. La negociación permitió que en lugar de marchar a pié fueran en colectivos contratados. Al llegar al cementerio bajaron ordenadamente y se juntaron en la puerta. El comisario a cargo del operativo decía por el Talkie Walkie “pero señor, están comportándose pacíficamente…”. Comenzaron los gases, las sirenas y las corridas. Algunos regresaron a los micros, sin tener en cuenta que allí estaban las armas. Los detuvieron. De ahí salió una extensa lista para las Tres A y luego de las primeras muertes, los restantes tuvieron que pasar a la clandestinidad…
¡Con los huesos de Aramburu, con los huesos de Aramburu vamo hacer una escalera, con los huesos de Aramburu vamo hacer una escalera, para que baje del cielo nuestra Evita montonera!…
Unos pocos guerrilleros y guerrilleras se defendían en una casita modesta del Gran Buenos Aires. No recuerdo de qué grupo eran, si es que lo dijeron. Rodeados por el ejército. Tiros hacia afuera. Emplazaron un cañón liviano y pulverizaron la vivienda. El locutor de la televisión trasmitió el operativo de principio a fin como si fuera un espectáculo deportivo…
¡A vencer o morir por la Argentina! ¡ERP, ERP, morir o vencer!…
¡Perón, Evita, la Patria Socialista!…
¡Si Evita –viviera– sería Montonera!…
¡ERP y Montoneros, son nuestros compañeros![15]…
Dijo, se ve que porque lo había vivido, “en la tortura, siempre hay que cantar algo, hay que elegir qué…
¡30.000 detenidos-desaparecidos! ¡Presente!… ¡Ahora, y Siempre! … ¡30.000 detenidos-desaparecidos! ¡Presente!-¡Ahora, y Siempre!… ¡30.000 detenidos-desaparecidos ¡Presente! - ¡Ahora, y Siempre! Y, en la multitud, año a año, acto a acto, hasta hoy, se levantan algunos puños cerrados y algunas manos con los dedos medio e índice abiertos en V. Probablemente algunos sean brazos y manos que tantas veces se alzaron para despedir a algún revolucionario caído en algún enfrentamiento…
“Me tuvieron en la parrilla y no los delaté”. Ella vivía en la casa de una pareja de simpatizantes, cayó y no se supo nada por un mes. Cuando volvió a la casa de los compañeros que la alojaban dijo “Por suerte tenía mucha ropa en la casa de los viejos y cuando la reventaron no encontraron razones para sospechar”…
A Marito no lo pudo salvar ni su tío, que era General de la Nación…
Llegaron a la casa preguntando por Ella. La madre, mayor, sin llegar a ser vieja, respondió que no sabía dónde podía estar. Desilusionados, la llevaron al Campo de Concentración más importante de la ciudad. Contó más tarde que había cadáveres de muchachos jóvenes colgados de las paredes. Pese a la insistente tortura no lograron sonsacarle nada. Finalmente la liberaron. Fue la única sobreviviente de ese Campo. Mientras estuvo prisionera los represores ocuparon su casa. Una vecina, extrañada por la presencia de varios automóviles frente a la vivienda, se acercó a preguntar el porqué. Quedó adentro. La otra hija, que llegaba con la intención de matear un rato, quedó adentro. Su marido, que la fue a buscar, quedó adentro. Otra tía y una prima, también visitantes, quedaron adentro. La casa se convirtió en un mini Campo de Concentración. Así dos meses. Cuando soltaron a la otra hija y a su marido les dijeron “no vuelvan nunca más a esta casa”. La hermana cumplió la orden a rajatabla…
Según dijo esa noche en la mesa del bar de Boedo, estuvo prisionero en “El Olimpo”. Sus familiares recorrieron todos los lugares, intentando conocer su paradero o destino. Negativo. Pasaron los meses. En la “parrilla” le mostraron un documento de identidad falsificado. Dijo “no, no lo hice yo, si así fuera, sería perfecto”. No sabe bien porqué zafó, pero declaró en el Juicio a las Juntas…
Abrió la puerta. Supo. Se cargó a uno y lo acribillaron…
El setenta por ciento de la Regional había caído. Sospechaban de un filtro pero no lo podían descubrir. Caían como moscas. Su foto estaba pegada en todos los árboles de Rosario. A pesar de esto, Ella se mantuvo firme hasta último momento…
Alternadas con los combates, se llevaban adelante otras acciones heroicas. Y, a mi juicio, metidas de pata. Repartos de leche en las villas, entrega de víveres en fábricas tomadas, etc. Se sembraban bombas lanza-panfletos y de estruendo. Se colgaban banderas del brazo armado del Partido en las plazas con paquetes que simulaban bombas, pensando que así se ganaría la adhesión de la gente. En la selva tucumana, les sacaban fotos a los oficiales cagando y se las mandaban por correo. El ejército borraba los montes con napalm…
Entusiasmados, decidieron armar un foco. Planearon la primera acción. Consistía en copar un destacamento rural de la policía. Antes del ataque, para darse coraje, se pasaron unas rondas de una bebida blanca fuerte. Partieron. Rodearon completamente al destacamento… y se dispararon entre ellos en fuego cruzado…
Contó que su abuelo estaba en la célula de Radowitzky y que habían sorteado con pajitas quien le pondría la bomba al Coronel Falcón…
En el campo de concentración, al principio se perdía la noción del tiempo. Mientras estuvo aislado no sabía si era de día o de noche, y menos la hora. Después supo que también estaba el compañero que había caído el día anterior a que lo chuparan a él. Ese compañero viajaba a México y traía plata para sostener la lucha. Gracias a un filtro se enteraron donde vivía y le cayeron encima. Recién llegaba y ni siquiera había tenido tiempo para encanutar la valija con los U$S 150.000. Al capo del campo le entregaron U$S 20.000 y sospechó que lo estaban pasando. Decidió torturar fuerte al correo para averiguar la verdad. El pobre insistió hasta el momento de su muerte (se quedó en la tortura) en que había u$s 150.000. Se armó la podrida entre ellos…
¡Paredón!… ¡Paredón!… ¡A todos los milicos que vendieron la nación!…
“Está viva de ojete, le pegó una patada a un Falcon verde”. Estaba desconcentrando de una manifestación que había sido reprimida con gases. En esas ocasiones, la desbandada era poco prolija y la consigna sobreentendida era sálvese quien pueda. Después se pasaba por el control. Ella se estaba alejando por una calle poco transitada. Era de tarde y un Ford Falcon verde la rebasó despacito. Estaba tan indignada que les metió una patada…
Era hermano de un alto dirigente de una organización guerrillera que fue abatido por la represión. Me explicaba el “entrismo” de forma, para mí, patética. “las paredes de la unidad básica estaban íntegramente cubiertas de carteles de Perón y Evita, pero si abrías el placard, encontrabas un afiche del Ché así de enorme…
¡Que los libere el pueblo!…
¡Argentinos, a las armas! El 24 de Marzo de 1976 pasaba por la puerta del edificio central de la entonces ENTEL, en la avenida Corrientes. Desde la altura caían volantes. Estaban firmados por el PRT-ERP y llamaban a la población a tomar los fusiles…
Los represores tenían en su poder a un grupo importante del ERP en una casa de Granadero Baigorria, cerca de Rosario. Entre ellos alguien de la Dirección Nacional. Llegaron en masa para hacer aparato. Plantaron un Falcon viejo y lo hicieron explotar. Paralelamente empezaron a tirar hacia la casa. Pero cuidando de no hacer blanco. En el interior se escucharon muchísimos disparos. Algunos simulando que respondían al ataque exterior. El barrio, modesto y chato, se conmocionó. En realidad los prisioneros estaban atados y mansos. Los fusilaron y remataron uno por uno. El parte dio cuenta de un enfrentamiento en el que se descabezó a la cúpula que dirigía a la organización en todo el país.
Un encumbrado dirigente del maoísmo de un país limítrofe había sido invitado por el PCCH[16]. Como su estadía se prolongaba por varios meses y era joven, le confió a su camarada asistente que el tiempo transcurrido en viaje le provocaba urgencias sexuales. El camarada le dijo que no se preocupara, que a la nochecita lo tendría solucionado. Próximo a la hora acordada, ansioso, se bañó y perfumó. Golpearon la puerta. Abrió y se encontró con un chinito con una valijita en la mano. El recién llegado le pidió que extendiera las manos, le aplicó las agujas que había sacado de la valija, saludó y se fue. De regreso a su país, la mujer lo seguía puteando porque medio año después no había recuperado su virilidad…
Estaba en Cuba cuando la invasión de Bahía de los Cochinos. Se ofreció prontamente para combatir a los “gusanos”. Cazaban a los dispersos. Recibió instrucción y salió ingeniero militar. Se desencantó cuando comprobó que para conseguir cualquier cosa había que tener el aval de un cuadro del Partido. Siguió defendiendo la Revolución porque comprende, pero se vino a luchar a la Argentina…
En la primavera de 2009 asistí a la inauguración de una muestra del artista plástico Alberto Barrett en un club de la colectividad paraguaya de Buenos Aires. Consistía mayoritariamente en retratos en blanco y negro de héroes de la lucha armada en Paraguay o guerrilleros/as paraguayos caídos en otros países hermanos. La técnica empleada es la de puntillado, y las imágenes originarias provenían de fotos-carnet. Debajo de cada retrato se consignaba sucintamente la pertenencia y trayectoria de los combatientes. Eran cerca de cincuenta, pero por razones de espacio, rememoraré sólo unos pocos, sin que, por supuesto, signifique establecer un orden de importancia, dado que ni estoy en condiciones de establecerlo ni corresponde. Transcribo entonces los siguientes:
“Idalina Gaona Caballero. Heroína de la Resistencia…Miembro del Partido Comunista Paraguayo e integrante del Frente Único de Liberación Nacional (FULNA), Idalina (Alicia) estuvo presa entre 1965 y 1978 en la Dirección de Investigaciones, el Penal de Emboscada, la comisaría tercera de Chacarita e Itacurubí. Tuvo una participación activa en la guerrilla de la columna Mariscal López y actuó como ayudante de Arturo López, alias comandante Agapito Valiente. Fue apresada… (en)… 1965…sumándose a otros cuarenta presos, entre ellos sus hermanos menores Paulino y Saturnino, quienes fueron salvajemente torturados. En el momento en que fue apresada, su hijo, Carlos Alberto, tenía 8 años. Durante los 13 años y 27 días que duró su cautiverio le impidieron ver a sus familiares…”
Antonia Perruchino Galeano. Integrante de la columna Ytororó, del FULNA. De 29 años de edad, ingresó proveniente del Bloque de Liberación Nacional, corriente izquierdista interna del Partido Febrerista. Una vez ingresada la columna al Paraguay los combates se sucedían sin descanso, y en determinado momento la columna quedó escindida en dos. Las tres compañeras quedaron en el grupo que comandaba Norberto Martínez. La guerrilla fue siendo diezmada hasta que la mayoría de los combatientes fueron cayendo, y las tres compañeras fueron hechas prisioneras. Antonia, y las otras dos, fueron llevadas al campo de Chararâ. Según un soldado de esa unidad, las tres fueron asesinadas por orden del Ministro del Interior Edgar L. Insfrán. El ejecutor material fue el teniente Vargas, torturador del Batallón de Seguridad de Tacumbú, a la sazón castigado en Chararâ a cargo del general Patricio Colmán”.
“Juan José Rotela. Comandante de la columna Libertad del movimiento 14 de Mayo, una de las organizaciones que realizaron la lucha armada contra la dictadura de Stroessner. Su padre era un oficial de la columna de Luis Carlos Prestes. El comandante Rotela pertenecía a las filas del Alón, del Partido Liberal. A fines de 1959 Rotela ingresó al país para luchar por el establecimiento de la democracia. Fue capturado y conducido al campo de torturas de Tapytá, en el departamento de Caazapá. Según testimonios de otros presos, fue muy torturado antes de perder la vida. Asesinado el 30 de Junio de 1960 cuando contaba con apenas 27 años de edad. Sus restos aún siguen desaparecidos”
“Arturo López (Alias comandante Agapito Valiente). Comandante de la Columna Mariscal López del FULNA. En febrero de 1960 se constituye la columna Mariscal López quedando la responsabilidad militar de la misma a cargo de su primer comandante Arturo López. Bajo su dirección, el 24 de Mayo se produce la toma de Barrero Grande con una dotación de 13 guerrilleros. La acción consigue sus objetivos más inmediatos como la entrega de un radio transmisor. En Junio de 1960, la columna es cercada en el cerro Caundy por la fuerza militar, pero consiguen romper el cerco, sin bajas… en 1963, Arturo López sale del país debido a una enfermedad, para tratarse en el exterior, y regresa en 1965 sin haber resuelto su problema de salud. A partir de ese momento continúa las acciones guerrilleras y la resistencia al acoso de las fuerzas represivas hasta 1970, cuando muere en un enfrentamiento con el general Patricio Colmán, quien es a su vez herido gravemente por Agapito. El general Colmán murió poco después, como consecuencia de las heridas, en Estados Unidos”…
La casualidad quiso que se sentara a mi lado en el ómnibus que pasaba por Porto Alegre. Resultó que ambos íbamos al Congreso del Foro Social Mundial vía “economy”. Nos reconocimos no inmediatamente. Cursamos juntos alguna materia en la facultad. Año más, año menos, pertenecíamos a la misma generación. Compartíamos códigos y una mirada (probable mecanismo de defensa) que había tornado a irónica sobre aquellos años. Me contó que después del Foro, seguía viaje hacia España, donde estaba radicado. Día, viaje infinito, paradas con calor intenso, cabeceadas, agua mineral. Le pregunté sobre El Gato, un conocido de aquella época. No tenía noticias. Pero recordó una situación simpática que los tuvo como protagonistas. Resulta que el grupo se había encontrado pasada la medianoche para realizar una práctica de tiro en una cantera de un campo del culo del mundo. Como cuando llegaron no había amanecido aún y no encontraron el lugar, el responsable sugirió que se separaran para buscar. Mi ocasional acompañante formaba parte de los que quedaron. Me dijo que los otros avanzaron hacia el norte a campo traviesa durante un largo rato. No encontraron la cava y decidieron regresar. La búsqueda los había desorientado un poco y entraron al camino bastante lejos del punto de base. Caminaron hacia el Sur. Cuando volvían de la frustrada práctica en el tren, El Gato le contó a mi compañero de viaje que en cierto momento, el responsable les dijo que se tiraran a la cuneta con las armas listas porque a lo lejos se divisaban unas sombras. Cuerpo a tierra, apuntaron en silencio. El Gato (llamado así por su visión privilegiada) alcanzó a frenar al responsable un segundo antes de que ordenara hacer fuego. “Pará… pará, que son los compañeros…”
Mis hijos escucharon el primer discurso político a los ocho años. Los llevé al Luna Park, donde hablaba Alfonsín. Hasta entonces, no hablábamos de política en casa, por precaución. Lo mismo pasaba con los amiguitos de mis hijos. Temíamos que repitieran algo en el jardín o en el colegio. Podía significar que nos vinieran a buscar y nos sumáramos a la lista de los desaparecidos…
El hermano de la mujer de un amigo era Mayor en el Ejército. Cuando el problema limítrofe del Canal de Beagle se puso fiero y estuvimos a un pelito de ir a la guerra con Chile, lo invitaron a la casa. Estaban cenando cuando les dijo solemnemente “se dan cuenta, pretenden que vaya a combatir… yo no elegí esta carrera para eso”…
En la documental “Malvinas: la retirada” de Especiales de History Channel, relatan que el Canciller Argentino durante el conflicto, Nicanor Costa Méndez, le dijo a un alto funcionario del Departamento de Estado Norteamericano que nuestro ejército era muy bueno, que había triunfado en el monte tucumano. El otro le contestó “Eso fue una cacería de patos, ahora van a saber lo que es guerra”…
En la misma película, en la que entrevistan a excombatientes, uno de ellos recuerda que los llevaron al frente de Malvinas con ropa de desfile, que en la jerga llaman de satén, que el cañón no percutaba, que el único oficial que no se replegó cuando entraron en el cuerpo a cuerpo con los ingleses fue su subteniente, y lo pagó con la vida. En otro pasaje el intelectual orgánico de la Derecha Argentina, doctor Mariano Grondona, también entrevistado, comenta un poco socarronamente, que los soldados ingleses, como buenos profesionales que eran, peleaban de 9 a 17.00 horas, luego regresaban a sus buques, se bañaban y se ponían a jugar a los naipes o al billar…
Me contaron que, al menos en Ginebra, muchos exiliados políticos se anotaron en la embajada argentina como voluntarios para ir a pelear en Malvinas.
[1]. Caudillo.
[2]. Marca registrada.
[3]. Versión libre basada, entre otras fuentes, en “Por quien doblan las campanas” de Ernest Hemingway.
[4]. Argentina fue el único país latinoamericano que intervino.
[5]. Asociación Mutualista Israelita Argentina.
[6]. Sumo es un tipo de lucha libre donde dos contrincantes o rikishi se enfrentan en un área circular.
[7]. Sus aguas son compartidas por la República Democrática del Congo (Zaire entre 1971 y 1997) y Ruanda. Se extiende por 2.700 km2. (casi cuatro veces la superficie del Nahuel Huapi).
[8]. Cazadores-recolectores aislados de cualquier otra cultura. Su estatura en la edad adulta puede alcanzar el metro y medio.
[9]. Actualmente viven replegados en las montañas.
[10]. El concepto occidental de arte no existe para las culturas africanas originarias. Tienen una aproximación más utilitaria a lo que nosotros llamamos obra artística. La consideran artesanía.
[11]. El más notorio de sus dirigentes, preso durante 27 años, era Nelson Mandela.
[12]. Hombres de los arbustos.
[13]. Frecuente entre los trabajadores que picaban montaña adentro para sacar hule.
[14]. Arturo Pérez-Reverte. Corresponsal de guerra antes de convertirse en el famoso autor de “El Club Dumas” y la zaga de “El capitán Alatriste”.
[15]. Del sinnúmero de grupos fierreros pequeños de los ´70, los filoperonistas y los peronistas confluyeron en Montoneros, y los marxistas en el ERP. Para los días en que muere Santucho, las dos orgas estaban ultimando detalles para crear una nueva fuerza conjunta, a imagen de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina).
[16]. Partido Comunista Chino.